Tras ese soberbio ejercicio
cinematográfico que significó Underground
(1995), Emir Kusturica continúa sus actividades creativas con este nuevo
largometraje, si bien se tomó un par de años de silencio, en los que produjo
una seria para televisión, y un cortometraje. Underground fue algo descomunal, poderoso e incontenible, no dejó
indiferente a nadie, hasta el extremo de la polémica generada por ciertas
secuencias, a razón de lo cual el bosnio anunció su retiro del cine.
Afortunadamente, tres años después entrega este nuevo trabajo, uno de sus más
conocidos, y uno de los más reconocidos a su vez. Nuevamente Kusturica nos
muestra a su gente, a su nación, y otra vez los gitanos son el pueblo que nos
servirá de vehículo para todo lo que acontece en esta irreverente y delirante comedia.
El cineasta nos presenta la historia de un gitano, un ladino individuo,
estafador y ladrón, que al contraer una deuda debido a sus ilícitas
actividades, debe ver la forma de paga a su deudor, un temible mafioso. Para
ello, se arregla un matrimonio entre el hijo del endeudado, y la hermana menor
del mafioso, debiendo para ello sortear disparatadas circunstancias, incluyendo
hacer pasar por vivos unos cadáveres. Conteniendo todos los elementos usuales
en Kusturica, la comedia es poderosa, incisiva, delirante y muy divertida,
mantiene algunos de los nortes de trabajos previos, pero añade algunas
novedades, siempre con su estrafalario y sórdido estilo, que lo convierte en un
cineasta contemporáneo único.
El inicio de la cinta es usual
respecto a lo que nos tiene acostumbrados Kusturica, presentándosenos un
sencillo bosquejo del pueblo en el que nos adentraremos a través de la historia:
unos individuos están en un puerto, padre e hijo se encuentran ahí, el joven
Zare Destanov (Florijan Ajdini) observa a través de unos catalejos. Lo primero
que ve es a dos gatos sobre un tejado, un gato negro y un gato blanco, además
de animales de granja, animales domésticos, gente de pueblo realizando
actividades cotidianas, mientras su padre juega a las cartas y reniega que se
le interrumpa. Es pues a groso modo lo que Kusturica siempre muestra, y su
humor no tardará en manifestarse, así como los retratos de su gente, cuando
veamos posteriormente a Matko Destanov (Bajram Severdzan) probando combustible y bebiéndolo, aprobándolo
complacido; rechazando por el contrario el agua, una figura que ya nos va
delineando a las personas que observaremos y su particular entorno, pues los
rusos les están cambiando agua por diesel. De este modo, nuevamente, veremos la
especialidad de Kusturica, retratar con mucha eficacia y verosimilitud a su
tierra, a su gente, ahí es donde radica mucha de la fuerza, la potencia y la
naturalidad de las imágenes, los cuadros que nos presenta, la cinta se sentirá parte de la creación del
bosnio, coherente y hermanada cinta desde el comienzo a todas las creaciones de
Kusturica.
Y esta vez los protagonistas ya
no serán jovencitos descubriendo el mundo -ya sea el sexo, ya sea la vida
misma, como en la mayoría de sus trabajos previos-, algo que por cierto ya se
había iniciado fogosamente con Underground.
Esta vez, como entonces, son seres de mala calaña nuestros protagonistas, seres
timadores, que se vinculan a su vez con otros seres de mal vivir, mafiosos, y
que irán configurando el delirante y disparatado desfile de ocurrencias en el
filme. Ahora a su colección de personajes se suma, a parte del ladrón Matko, un
desenfrenado cocainómano: Dadan Karambolo (Srdjan Todorovic), temible
delincuente que desde su primera aparición esnifa cocaína, escuchando música
ciertamente no muy típica de su tierra rodeado de atractivas señoritas,
apetitosas féminas que colman de atenciones a su señor, mientras éste goza en
medio de las hedonistas y orgiásticas situaciones, configurando un personaje
relativamente nuevo dentro de la muy variopinta colección de retratos humanos
balcánicos del director. Es un trabajo que en buena medida compila algo de sus
trabajos previos, elementos de filmes anteriores que el conocedor de su obra
sabrá reconocer; así, por citar un ejemplo, escucharemos la recordada
melodía, el melancólico vals que
repetidas veces oíamos en Papá está en
viaje de Negocios. Recupera asimismo a algunos de sus actores de trabajos
previos, y podremos reconocer a Ljubica Adzovic, la recordada abuela de Tiempo de Gitanos, así como a Predrag
Manojlovic, el buen Marko de Underground;
Kusturica evidentemente va formando una suerte de compañía de actores -como se
suele denominar en el ámbito teatral a un grupo de intérpretes-, es una
característica siempre remarcable en el cine, pues genera cercanía, intimidad
entre actores y director, además de crear evidente cohesión y unidad entre los
filmes que los involucren.
Ese toque de comicidad típico
suyo seguirá manifestándose, figuras de su tierra y su gente matizadas por su
particular visión, como por ejemplo una famosa y reconocida cantante, mientras
realiza su performance, tiene como corolario a su actuación extraer con el
trasero un clavo de una viga, algo que todos los gitanos celebran con algazara.
La comedia de Kusturica es ciertamente más delirante que nunca en esta obra,
con la diminuta novia escapando, primero en la caja de regalo, luego en un
arbóreo muñón andante, una triste novia cuyo enanismo viene de familia, al
observar un personaje una fotografía de un orgulloso novio cargando a su
diminuta novia en un brazo, una novia también enana. La comedia presentada por
Kusturica es una de las más delirantes que se haya visto, el detalle de
éxtasis, el clímax de la demencia, al menos el primero, viene a ser
naturalmente la muerte del abuelo, y la inverosímil determinación de ocultar su
muerte, de “mantenerlo” vivo, para que la boda no se cancele, y por ende Matko
pague su deuda a Dadan. Pero por si no fuera poco con eso, muere otro anciano,
de la otra familia, optándose otra vez, sí, por rodearlo de hielo y hacer de
cuenta que sigue vivo. Muerte y vida juntos, “los vivos con los vivos, los
muertos con los muertos” reza el primer anciano, pero en esta oportunidad los
muertos permanecerán entre los vivos, y no solo eso, los muertos resucitarán
para regresar con los vivos. Un hecho sobrenatural acontece, nada extraño en el
cine de Emir, ambos muertos, inverosímilmente, delirantemente, resucitan, ambos
a la vez, el delirio es total.
Lo estrafalario de las personas
retratadas va más allá, ante la negativa de la enana hermana a casarse, la
comitiva de preparativos no tiene mejor idea que sumergirla, hundirla en las
aguas del pozo de la localidad. Pero ahí no termina su severo y filudo humor,
cuando le dicen que sus padres los observan desde el cielo, Dadan replica que
está nublado, que no verán nada. Serán situaciones disparatadas tras otra, un
nieto lleva a su abuelo un gran agasajo musical, un improvisado desfile con
banda musical en el hospital, la enfermera protesta, pero uno billetes la hacen
consentir complacida el espectáculo, que se esparce por toda la entidad.
Nuevamente apreciamos toda la fuerza, el estrambótico estilo de Kusturica, el
despliegue de colorido, la irrefrenable demencia, el delirio, cosas que a
nuestros occidentales ojos pueden en efecto parecer estrafalarios,
extravagantes, sin embargo, mucho de ese estrafalario universo no es ni más ni
menos que la realidad de ese mundo, Europa del este, los Balcanes. Esto no
significa, por supuesto, que Kusturica no envuelva todo eso en su particular
visión, su particularísima óptica, que en efecto, tiene mucho de bizarría, de
sordidez incluso, como apreciaremos en esta película. Citaré al propio maestro
para ilustrar esta última aseveración, hablando sobre su cinta: «En mi último
filme –dijo– también hay elementos propios de la guerra porque, en mi país,
mucha gente la aprovechó para hacerse rica a costa del petróleo, del tabaco y
otras cosas. Mi película es como una máscara detrás de la cual resulta difícil
reconocer elementos realistas, pero, si se buscan, están. Ésta es la lectura
política que yo hago».
Eso resume bastante bien lo antes
descrito, Kusturica muestra en realidad a su tierra, con todas sus virtudes,
defectos, excesos (de éstos él ilustra muchos por cierto), pero todo “encodificado”
en su propia visión, todo detrás de esa “máscara” que él crea. De ese modo
veremos todo el colorido, desenfreno y elementos pintorescos, todos presentes
en la realidad de su Sarajevo, pero a su vez teñidos con esa reconocida
sensibilidad al plasmar esa realidad, además de su único sentido del humor, ese
humor negro y corrosivo; estas dos últimas características por cierto se
encuentran maximizadas como nunca en la presenta película. Y es que conocido de
sobra es ese sentido del humor suyo tan singular, presente en todas sus cintas,
pero en esta oportunidad la comedia es el hilo que mueve todo, y en el que se
encuadrarán todas las acciones y retratos representados. Pero el comentario de
Kusturica sobre su cinta va más en referencia a la presencia política, la cual,
si bien sublimada probablemente a raíz de un incidente a este respecto con su
último filme, no se ausenta; y los soviéticos, cómo no, tienen injerencia en la
zona de la ya extinta Yugoslavia, la zona balcánica donde realizan ese singular
intercambio de combustible por agua. Este aspecto es importante pues Underground significó la cumbre de
Kusturica, pero también le valió mucha polémica, mucha controversia, religiosa
y política, al punto que llegó a afirmar su retiro del cine; un retiro que
afortunadamente no fue tal, pero todo ello necesariamente influye de determinado modo
en el creador, dejando sus alusiones políticas no tan evidentes como en casos
anteriores; dejando, pues, que la comedia sea ahora el vehículo.
Momentos de esa severa y singular
comedia quedan patentes, y entre otros tantos momentos, tendremos al buen Matko
queriendo arrebatarle su maletín a un cadáver colgado tranquilamente en lo alto
en plena carretera; una imagen que pareciese salida de un sueño, de un mundo de
comedia estrambótica, es algo normal para Kusturica. Y continúa el balcánico su
progresión como poeta de la imagen, como creador de figuras, generando alguna
toma con un elegante yate en el agua, gente bailando sobre él mientras suena el
Danubio Azul. Entre las tantas figuras por el maestro creadas, tenemos a un
cerdo que devora pertinazmente un auto; el enorme marrano empieza de día,
continuará hasta el anochecer, y aparecerá en otros momentos del filme. Emir
siempre es gustoso de deslizarse sutilmente entre lo real y lo mágico, entre lo
realista y lo absurdo, el cerdo devora autos, una banda de músicos que tocan
sus melodías pendiendo de un árbol como frutos, es el mundo de Kusturica, lo
real, lo surreal, lo imaginario, lo absurdo, confluyen con una naturalidad pasmosa.
La música, tan vital e importante en sus trabajos fílmicos, nuevamente se hace
presente aquí, pero con una sensible variación respecto a veces anteriores,
abarcando algunos sonidos por supuesto característicos y típicos de su tierra,
música romaní; pero además abarcara ahora otros ritmos, algunos atisbos de
tecno, e incluso, esto en las figuras de Dadan y la intensa Ida (Branka Katic).
Como se dijo, la música, siempre tan presente en las cintas de Kusturica, ahora
es particularmente variada y abundante, evidenciando ya la otra de sus
pasiones, su banda musical, que por esos años comenzaba ya actividad.
Lo interesante es que Kusturica
consigue que todo se conjugue, que diversas figuras y símbolos confluyan,
narrando todo con un adecuado ritmo, frenético pero con ritmo uniforme,
logrando un equilibrio en su narración, y en la cinta. Otro detalle remarcable
es que una secuencia por antonomasia está siempre presente en toda obra de
Kusturica, y es la boda, el matrimonio, la unión marital que ahora veremos de novedoso modo. Evento siempre cargado
de simbolismo, de significado y de importancia capital en sus cintas, nunca fue
un evento tan centrado o desmenuzado como en esta oportunidad, nunca fue un
evento tan central dentro de la trama del filme. Siendo uno de los corazones
narrativos de la película, veremos pues muy detalladamente toda la parafernalia
pueblerina de una boda gitana, la música, la barahúnda, los animales
apareciendo en el fondo –la enana novia misma es llamada ganso, ave que en
repetidas ocasiones veremos en el relato-, todo desarrollándose en la libertad
de la naturaleza. Y en medio de lo descrito, la enajenación de Kusturica que no
podía faltar, la novia enana se escapa escondida debajo de una caja de
obsequio, numerosos disparos se realizan, un tiroteo en medio del jolgorio de la
boda; es el mundo del bosnio, su pintura, su retrato que nos presenta del mundo
gitano al que tanto ama y admira. El final es el corolario ideal de ese sórdido
desfile de figuras y bizarría, Dadan literalmente nadando en excremento,
nadando en mierda como ya le había predicho un personaje, harto de su tiranía;
los resucitados ancianos beben, la feliz pareja se casa en un vehículo en
movimiento, mientras aparece la leyenda de “final feliz”, en efecto la
felicidad existe en ese rincón estrafalario del planeta, y así lo muestra
Kusturica.
Para terminar, hablar del símbolo
principal, los dos gatos que observaremos constantemente durante el filme, un
felino negro y un felino blanco casi siempre juntos, marcando el contraste y el
balance narrativo que iremos comprendiendo conforme la cinta avance. Para el
seguidor de la obra del balcánico cineasta, la presencia animal es algo no
solamente usual, sino de vital importancia y significado. En esta oportunidad,
la evidente presencia viene a plasmarse a ser pues en esos felinos, esos gatos,
que son la primera imagen al apreciar Zare el panorama por sus catalejos, y que
aparecerán siempre durante la cinta; en distintas circunstancias, en distintos
lugares, pero siempre presentes, siempre atestiguando silenciosamente todo,
particularmente uno de los momentos más álgidos y bizarros, cuando Matko cambia
el hielo al cadáver de su padre. Siempre juntos los gatos, marcando ese
contraste, esa contraposición, el blanco y el negro, la vida y la muerte
(oposición que en la cinta juega un rol central), el novio y la novia. La cinta
es un nuevo ladrillo en la creación de Kusturica, siempre coherente y
consistente en sus creaciones, manteniendo su perfil con actores casi
desconocidos fuera de su tierra (Branka Katic es una agradable sorpresa,
hermosa e intensa), y prosigue con su retrato de su tierra, y de los gitanos,
con una fuerza y originalidad que lo vuelven el referente del cine de los
Balcanes, y del cine mundial. Considerada una de sus obras maestras, sin duda
la cinta contiene algunos de los momentos más memorables del cine de su
creador, y es infaltable para su seguidor.
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