Segundo documental que rueda el
bosnio Emir Kusturica, tras Super 8
Stories, realizado en el 2001, y en el que el cineasta rindiera tributo a
la banda que él mismo lidera y lleva por todo el mundo esparciendo su música de
raíces gitanas. Para esta oportunidad, y como evidencia el título del trabajo,
el director homenajeará a uno de sus mayores ídolos, siendo conocida su
ferviente pasión por el fútbol: Diego Armando Maradona. Kusturica ya había
producido anteriormente la hermosa La
vida es un milagro (2004), la muy irregular e incomprensible Prométeme (2007), y un año
inmediatamente después de esta última cinta citada, produce el director este
documental, en el que se regodea compartiendo momentos, documentando la vida de
uno de los mayores astros del balompié. Goza Emir plasmando las impresiones y
recuerdos del “Pelusa”, su inicio desde los más humildes momentos de su niñez,
su ascenso y paso por diversos clubes de fútbol, el Boca Juniors argentino, el
Nápoles italiano, Barcelona español, y por supuesto, sus históricos e
imperecederos goles históricos a Inglaterra con la camiseta nacional de
Argentina. Asimismo recopilará comentarios del astro futbolístico, recogiendo
pareceres y lamentos, su incursión en televisión, por supuesto el escándalo de
la drogadicción, entre otras cosas. Conteniendo el estilo documental con que el
bosnio ya había asomado en el previo documental líneas arriba citado, es un
agradable bosquejo el que construye el balcánico de uno de los mayores íconos de
la cultura moderna.
Curiosamente, ese comentado
estilo en documental queda plasmado cuando desde el comienzo veamos a la banda
del bosnio en concierto, y a Kusturica presentado como el Maradona del cine, y más de algún segmento se sentirá asimismo
impregnado de similar atmósfera a ese debut documental, la parafernalia
desplegada al documentar es bastante similar, algo por cierto muy natural. En
ese sentido, algo de su particular estilo irreverente, de ese singular humor
suyo se manifiesta, y quizás estuvieron un poco de más ciertas animaciones,
caricaturescas representaciones a modo de mofa a la realeza británica, al
entonces gobernante yanqui Bush, entre otras personalidades; es un elemento que
otorga cierto aire bufonesco al documental, pero es algo que conociendo el
estilo de Kusturica y lo proclive que es a los excesos, además de su particular
humor, y lógicamente la obvia naturaleza y directriz del presente trabajo, se
aprecia más bien como algo moderado. Observaremos una atractiva retrospectiva a
toda la vida del conocido “Pelusa”, obviamente una antología de sus mejores
proezas en el campo de fútbol, la ineludible temática de la adicción a las
drogas, y también su incursión televisiva en el programa “La noche del diez”.
Las imágenes de archivo en blanco y negro van documentando los inicios de
Maradona, cuando era un niño pequeño ya dándole toques al balón, mostrando su
habilidad y vaticinando sus futuras glorias.
Veremos sus inicios en Fiorito,
por supuesto una compilación visual de sus más brillantes goles en Argentina,
Italia, España, y numerosas repeticiones de cuando tocó el cielo con las manos
en el Mundial de México 86, los indelebles goles a Inglaterra, la mano de Dios y desde luego el gol del Siglo, repetido en tantas
ocasiones como un gol de ese calibre merece. Se documenta asimismo, al ser
rodado el documental en 2005, el momento en que Maradona vuelve a Nápoles, y
evidentemente la pasión que genera es desbordante, una ciudad, un club de fútbol,
donde es una leyenda viviente. Se desplaza también Maradona hasta Belgrado, el
estadio del club Estrella Roja, club de la extinta Yugoslavia, histórico
campeón de la Liga de Campeones, un estadio donde Diego jugó algún partido, y
recrea memorables goles ahí. Kusturica, tan admirador del fútbol como todos sus
seguidores sabemos, tiene el honor de intercambiar toques y cabezazos al balón
con el mismísimo Diego Armando Maradona, todo un disfrute y placer para el
gigante cineasta balcánico. Kusturica incluso comenta que Maradona habló con su
enferma madre, mujer que murió al día siguiente; Maradona fue su último amigo
en hablar con ella, dice el bosnio. Emir a su vez va a Buenos Aires, visita
bares y burdeles, y registra a su vez los excesos de los argentinos con la
iglesia de Maradona, donde incluso observaremos a una pareja contrayendo
nupcias, mientras juran lealtad eterna a los lineamientos de esa, si se puede
llamar, iglesia y religión; vemos el extremo hasta el cual se adora, se
idolatra y deifica “el Diego” en su tierra, una adoración que parece no conocer
límites.
En efecto es el Pelusa más que
una celebridad, cambiando Kusturica su usual posición, siendo él mismo toda una
personalidad en su mundo, el mundo del cine, frente a Maradona queda como un paparazzi
más. Y es que pese al buen rollo entre ambos, eso no evita que veamos una
secuencia de Emir esperando al astro afuera de su casa, y obteniendo un
desaire, pues Diego simplemente no se encuentra de humor. Empero, se nota que
el autor del filme siente genuina admiración por el sujeto que es objeto del
documental; Kusturica, viniendo de una tierra violenta e históricamente muy
turbulenta política y militarmente, pareciese encontrar cierta afinidad en el
espíritu revolucionario del Pelusa, y se vence el tremendo escollo de la
diferencio idiomática con una traductora leal del bosnio. Mientras Maradona
habla del conflicto de las Malvinas entre su nación e Inglaterra, Kusturica
interrumpe la narración visual para insertar imágenes bélicas, probablemente para
reforzar esas palabras del ex futbolista. Todos los personajes diversos de su
entorno aparecen, Evo Morales, Hugo Chávez, Fidel Castro, y claro Diego desde
el comienzo, aseverando que George Bush es una basura, lamentándose del tiempo
perdido con sus hijas debido a la droga, de todo lo que perdió por su adicción
a la cocaína. Y eso es algo positivo para el filme, al haber empatía, al
conversar directamente con la ex estrella mundial, se genera una cercanía que
beneficia el documental, al hablar Maradona de su dolor, de su drama, de su
historia. No deja de llamar la atención que el último largometraje en casi una
década de Kusturica, y es que, pese a ser éste un documental aceptable y
digerible, Prométeme fue un extraño
desvarío del balcánico, y es ese su último filme hasta el momento. Manu Chao
cierra la cinta cantando La vida es una
tómbola al ex astro del fútbol, se cierra un trabajo decente, pero se sigue
extrañado lo prolífico y genial que Kusturica ha sabido ser en lustros pasados.