Tercer
largometraje del bosnio, o yugoslavo para algunos, Kusturica, un trabajo
ciertamente descomunal, en el que el crecimiento como cineasta, como artista en
el balcánico, es sencillamente brutal. Kusturica había ya apuntado muy buenas
maneras en sus trabajos previos, pues tanto en ¿Te acuerdas de Dolly Bell? (1981), su debut, como Papá está en viaje de negocios (1985), su segunda obra, había generado una notable coherencia, una unidad en su
obra muy reconocible; produjo un sólido díptico donde plasmaba la realidad de
su Sarajevo natal, además de esbozar unos elementos narrativos y estéticos que
se sentían, si bien apreciables y notables, aún embrionarios. El salto
evolutivo que da Kusturica para su tercer trabajo es, como se dijo, una acción
brutal, como dar un golpe definitivo a la mesa, de un solo movimiento, consigue
el cineasta dar unos saltos evolutivos, en su lenguaje audiovisual y en su
técnica de puesta en escena,
descomunales. Pocas veces he visto a un director dar un salto tan notable en su
crecimiento como creador, Kusturica alcanza ya casi su cúspide como cineasta,
precozmente. Partiendo de un guión en el que Emir es coautor, nos narra la
historia de un joven gitano, que, preso de las circunstancias, queriendo
mejorar la deteriorada salud de su hermana, viaja con ella a Italia, donde un
poderoso mafioso lo hará ingresar al mundo subterráneo del hampa y la
prostitución, teniendo fatales consecuencias. Una cinta potente desde muchos
puntos de vista, de lo mejor de la producción cinematográfica que Europa
oriental ha brindado en las últimas décadas.
La evolución de Kusturica es tan
escandalosamente notoria que desde el comienzo, con ese descomunal plano
secuencia que apertura el filme, pareciese haber alcanzado más -al menos
narrativamente, y quizás también estéticamente- que en sus trabajos anteriores
juntos. Así de rica y poderosa es esa secuencia inicial, una tan vigorosa como elocuente
carta de presentación, que trae a mi mente cintas que también han empleado ese
recurso, un amplio plano secuencia aperturando, graficando la obra, a la vez
que delinea a los personajes, los presenta al observador; sólo por dar un
ejemplo, recuerdo El Padrino I y II, probablemente el lector sabrá
reconocer muchos otros ejemplos del uso de esta técnica tan efectiva
narrativamente, y expresivamente también. Enmarcado en ese amplio y resoluto
despliegue de expresión audiovisual, tenemos el bosquejo, la pintura, la
imagen, el cuadro que el cineasta nos quiere transmitir, en el que veremos no
sólo imágenes, sino también realidades. El personaje más entrañable, y tras ver a la esposa despedazada por
el marido ebrio, viene a ser el apostador bigotudo, el tío Merdzan (Husnija Hasimovic) con su grupo de jugadores de póker, la
cámara los enfoca, para luego mostrarnos en un largo y delicioso travelling,
animales, patos, cerdos, ovejas, charcos, barro, niebla; el entorno miserable y
pobre en que viven los retratados y donde se celebra la boda; la cercanía
habitual, el folklore que ya habíamos apreciado en los filmes anteriores se
encuentra nuevamente aquí.
La cámara sigue paseándose por
ese entorno, la frustrada boda, mostrándonos todos sus personajes, y siendo el
obvio estandarte esa suerte de orate que nos habla directamente, habla de su
etnia, de su pueblo, los gitanos y su al aparecer maldita estirpe, contando una
historia de cómo gitanos y Dios, desde el comienzo, nunca se entendieron,
afirmando no tener la culpa de ser como es; es un grito de autodefinición a los
gitanos por parte del director. Ese autorretrato prosigue, combinado con el ya
conocido humor corrosivo de Emir, con el bigotudo apostador, que habla,
impotente con Dios, pide se le reconozca algo a él y los suyos, solo obteniendo
silencio y fracaso en lo que pide, el juego. Prosiguiendo, es ese uno de los aspectos en los que el
crecimiento de Kusturica se percibe particularmente abrupto y evidente, el
manejo de la cámara, la manera en que ésta se desenvuelve, la casi suprema
libertad que parece haber adquirido, una soltura inusitada, un dominio
realmente notable y casi abrumador con la cámara es el que consigue Kusturica
con este, su apenas tercer largometraje. Sigue la colaboración con su hasta
entonces único camarógrafo, el leal y eficiente Vilko Filac, y juntos
configuran este soberbio ejercicio en el que la cámara va y viene con libertad
total, con determinación se desliza siguiendo a los protagonistas hasta ángulos
expresivos, donde se siente el entusiasmo de un joven cineasta, y donde se
siente una cámara decidida y dueña de sí misma. La libertad de la cámara
alcanzada por el realizador de los Balcanes es una de las sorpresas vitales de
este filme. Esa severa evolución también queda evidenciada con algunos ingeniosos
trucos, notando a Perhan (Davor Dujmovic), enseñándole a Azra (Sinolicka Trpkova) cómo se prepara la cal, realizando un
travelling que da fe de la experticia que va alcanzado Kusturica, y en lo que
se advierte, muy importante, que el cineasta hasta parece divertirse generando
su arte.
Asimismo, algo remarcable viene a ser la banda sonora,
mayormente de origen gitano también, de origen vernacular, folklórico, cercanos
a la gente y sus costumbres, algo muy propio del cineasta. Esa música, sumada
al más que correcto trabajo de cámara, termina por generar ese halo de
omnipresencia en ciertos momentos, y ese halo onírico descomunal en otros, con
la cámara y sus movimientos “entrando” en la surrealista acción representada.
Esa parsimonia musical, compuesta de piezas genuinas de localidades gitanas,
alcanzará momentos de diversa naturaleza, festiva, o de lamento, como cuando
Perhan se separa de su hermana. Siempre será un elemento que sume a la hora de
representar una situación o transmitir una emoción. Eficientes herramientas
para retratar un mundo plagado de patetismo, un patetismo muy cercano, donde el
hijo, Merdza le reclama a su madre Khaditza (Ljubica Adzovic)) que le obsequie a su adolescente
sobrino, nieto de ella, un pavo, en vez de obsequiarle algo a él, un manganzón
jugador y bueno para nada. El tío termina por violentar a la novia de su
sobrino, es un patán; la abuela tiene importancia en la cinta, siendo nexo
entre su nieto y los recuerdos de su madre, siendo el último nexo de Perhan con
su mundo inicial e irrecuperable. Asimismo, Un elemento ineludible de la cinta,
y de la obra completa hasta este trabajo de Kusturica, es la perenne
inclinación o mención de Italia, considerada en sus dos primeras cintas
como un punto externo a toda su realidad y entorno, como algo lejano y como una
suerte de escape. Pero es un escape nunca alcanzado, solo vislumbrado, deseado;
nunca alcanzado como finalmente veremos en la presente cinta.
Tan estrecho es el vínculo con Italia que no me
parece descabellado sugerir un muy cercano tratamiento, entre la secuencia en
que Perhan se marcha de su país para irse con el mafioso, y la célebre
secuencia de neorrealismo con Anna Magnani corriendo detrás de un camión en Roma, Ciudad Abierta (1945) de Roberto Rossellini. A
mi juicio, no dudo que Kusturica apreció esa cinta, y supo percibir la fuerza que
desprendía esa inmortal secuencia neorrealista, de algún modo asumiendo esas
directrices; así, apreciaremos el plano secuencia en ligero picado, mientras la
trémula cámara, a bordo del vehículo, nos muestra el trepidante trayecto,
repleto de intenso sentimiento y lamento por la partida; y en vez de la
Magnani, vemos a los lugareños corriendo a despedir al joven. Y ya al fin en
Italia los personajes, nos grafica elocuentemente también al mafioso,
presentado casi como un Vito Corleone, en otro quizás no accidental guiño a la
cultura latina, al mundo mediterráneo, pues nuevamente observamos al itálico
país como el innegable centro de lo que se añora, el punto de escape, la
salida, la escapatoria al devorador mundo de nuestros protagonistas. Observaremos
pues al despreciable sujeto repartiendo dinero a unos casi plebeyos que le
rinden pleitesía y le ruegan sus favores; él es el elemento epifánico del
filme, es con él con quien se marca un antes y un después en la vida de Perhan,
y en la cinta. Irrumpe Ahmed en la vida del muchacho y cambia su rutinaria vida
en el campo y la miseria balcánica, por el agitado mundo de la prostitución
occidental en Italia; y lo que es más, al generarse repentino deterioro físico
en Ahmed, se convertirá el joven en el jefe de las operaciones, su humanidad se
transforma, se va descomponiendo, es un viaje del que nunca retornará Perhan.
La secuencia de boda es uno de
los santos y seña del realizador, siempre plasma mucho en las bodas, siempre
hay mucho que transmite, que grafica y plasma en ellas; sin embargo, es ésta la
primera vez que una secuencia tan significativa y con tanta carga expresiva y
narrativa en Kusturica se nos presenta como secuencia de apertura de la cinta.
Nos ha diagramado ya el director entonces a sus personajes, y más importante
aún, su procedencia, su sentir, tanto de los personajes como del mismo cineasta
probablemente, todo teñido y condimentado con ese humor tan suyo: una
voluminosa esposa gritonea a su completamente ebrio aún novio; un hombre
practica pseudo artes marciales mientras dentro de una casa se discute por las
intenciones de matrimonio del joven protagonista; el joven, impotente al ser
rechazado por sus orígenes bastardos por la madre de su amada, quiere
suicidarse colgándose, solo para hacer sonar las campanas de la iglesia; el cuadro que presenta el director de
su tierra no se detiene, las viejas discutiendo con singular fogosidad por el
joven desvirgando a su adorada jovencita; ante su avasalladoramente gritona y
escandalosa mujer, un individuo se traga su cigarrillo botando las bocanadas de
humo no por la boca, sino por las orejas, delirante situación tras la cual,
para deshacerse de la estentórea tortura, cuelga a su mujer de un perchero, no
por ello deteniéndose su vocifero. El humor, la carga cómica del realizador
sigue manteniendo su sello, corrosivo y realista, caricaturiza a sus
representados, y en ocasiones más de alguno califica ese rasgo suyo incluso de
exageración.
Otra boda se celebrará, pero esta vez la nieve cae sin cesar, caerá como alegoría a la ruina que ha tenido lugar en nuestro protagonista. Símilmente, hay una secuencia de la fiesta final, nuevamente con una boda de fondo, en la que la algazara grupal es reemplazada por el desquiciado Perhan, que da rienda suelta a su furia y liquida, entre otros, a quien define fue en su momento su padre y Dios; decepcionado y viendo la realidad del maquiavélico y falso salvador, lo liquida con sus poderes telequinéticos. Nuevamente vemos en una obra de Kusturica un rasgo común a toda su producción, y es el conocido elemento metafísico: hipnotismo primero (¿Te acuerdas…), sonambulismo después (Papá está en viaje de negocios), telequinesis ahora, es pues un elemento infaltable e indivisible de la obra del bosnio, que configura, con elementos como ese, su espacio realista y mágico fantasioso a la vez, retratado siempre con naturalidad y sencillez. Kusturica asimismo siempre dota a su relato de un vínculo con los animales, teniendo cada vez un relativo peso simbólico, significativo. En esta oportunidad ese elemento animal se materializa con el pavo mascota que muere, muere como el conejo en ¿Te acuerdas …, y al igual que en aquella ocasión, se denota con la muerte del animal el final de un estadío, el final de la inocencia, y en este trabajo, el animal mascota seguirá dejando notar su presencia, como la etérea presentación final del ave al momento de expirar el amo.
Un momento de quiebre en el filme (y en Perhan) es cuando Danira (Elvira Sali), su hermana, es ingresada al hospital, ella gritando desesperada que su hermano no la abandone, y éste, presa de la impotencia, va rompiéndose, se va resquebrajando su interior, algo va cambiando, mientras las manzanas acarameladas caen el suelo; es su hermana el origen de todo, de donde nació la situación que terminará en su perdición, y es en ese primer momento de impotencia donde se comienza a consumar su decadencia. El momento definitivo en que la humanidad de Perhan termina de descomponerse irreversiblemente es cuando encuentra a su querida musa embarazada, al parecer perdió su dignidad y calidad de inmaculada; ella y su pérdida de valor representan otro de los puntos de no retorno para Perhan, un poco más de su persona se rompe, y no hay marcha atrás. La cúspide de este patetismo, de esta decadencia, queda plasmada de manera magistral por Kusturica en la secuencia de baile y borrachera de Perhan, en un umbroso escenario en el que su dolor palpita, en el que casi podemos palpar su dolor tras encontrar a su amada embarazada, su alma haciéndose pedazos mientras esconde todo detrás de una postiza felicidad, bebiendo, bailando, emborrachándose, riendo por fuera, llorando por dentro; una secuencia casi ritualista que retrata sufrimiento y patetismo con una sensibilidad y una fuerza de contraste pocas veces apreciado, pues sabemos toda la miseria que está atravesando, mientras baila con un rostro desencajado, mientras rocía cerveza a una liviana mujer, mientras loa violines nos hablan de su dolor.
El cine de Kusturica genera sensaciones en las que por
momentos sentimos que el cine, su cine, no tiene límites, apreciamos su cine a
plenitud, y por increíble que parezca, sabiendo lo que luego fue capaz de
producir el bosnio, sabemos que no es éste su tope artístico. Las posibilidades
son explotadas de tremenda manera, las secuencias oníricas particularmente, y
como casi siempre en un filme de esta naturaleza, son el espacio ideal, la
autopista libre para que el realizador se exprese a libertad plena, para que
transgreda las palabras, la linealidad. En este presente caso, el primer sueño
de Perhan, la irrupción acuática, con toda una comunidad pareciendo vivir en
esa surreal laguna, nos muestra toda la potencia del realizador, es esa sin
duda la más vigorosa muestra de la evolución como poeta audiovisual de Emir.
Toda su potencia, la música folklórica, sencilla, hermosa y profunda, que
acompaña esos lentos y omnipresentes travellings por las aguas, la gente
flotando, sumergiéndose, el fuego asimismo flotando entre ellos, genera una
secuencia audiovisual que nos transporta a un paraíso, es etéreo su onírico
entorno, su sueño es casi sagrado. El aún por entonces joven Kusturica nos
muestra pues su arte en todo su esplendor, un cine fresco, innovador,
desenfadado, potente y elocuente, estéticamente sin precedentes, alcanzando
abrupta y precozmente las más elevadas cotas de cine, de arte, un verdadero
maestro cineasta contemporáneo ya daba sus pasos definitivos en la escena internacional.
La siguiente secuencia onírica a cargo del balcánico, viene a encarnarse esta
vez en el personaje de la difunta madre. Y nuevamente sentiremos el cine sin
límites, el surrealismo esta vez más sublime, de la madre surcando el cielo
cual sílfide, sonriendo a su hija, mientras ella y su hermano parten en ese
viaje del que no habrá retorno.
La tercera secuencia onírica es también muy poderosa, el
difunto pavo mascota da entrada a un mundo campestre, Perhan toca el acordeón,
su abuela le hace saber de su añoranza, y el fuego consume todo, una conocida plaza italiana, y la casa que descansaba en los cielos, la casa que había
levantado Merdzan, simbolizando quizás que todo lo que había Perhan abandonado
no está ya más ahí, ha sido destruido, consumido, como su hubiese ardido en
llamas. Perhan se ha degradado, ha perdido su alma, quiere vender al hijo que
Azra lleva en su vientre, un hijo que no se sabe con certeza si es suyo, pero
lo que sí se sabe es que Perhan es ya otro ser humano, ha cambiado, y mucho.
Por tercera vez consecutiva, Kusturica escoge como protagonista y arista
principal de la cinta a un joven, Perhad es en este caso será nuestro vehículo
para discurrir por la cinta, y en él vemos un cambio notable, desde un cambio
físico, perdiendo entre otras cosas sus singulares gafas, hasta el cambio
interior, que es el más traumático e irrecuperable; tras tanta impotencia y
humillación, pierde la inocencia, la fe en la humanidad que tenía, y finalmente
la propia vida. La secuencia del parto de Azra conforma el cuarto apartado onírico,
quizás el más bello, la muchacha, tras dejar un rastro de su blanco velo,
pierde ese elemento, aparece tendida en el campo, levita mágicamente bajo el
nocturno cielo. Todo gira vertiginosamente a su alrededor, la nueva criatura
llega al mundo, la música etérea vuelve a fluir, configurando la bella y triste
secuencia que se clausurará con un impotente Perhan abrazando y besando a su
inanimada esposa.
El realismo y la fantasía se encuentran en el cine de
Kusturica, es ésta una de sus constantes, uno de sus sellos principales, uno de
los recursos que mejor utiliza el cineasta para expresar su mundo, y no es de
sorprender que más de uno llame o tilde a su cine dentro de una corriente al
parecer denominada como realismo mágico.
Justo hasta cierto punto el término acuñado, si consideramos la fuerte carga
realista de las situaciones retratadas, siempre cercanamente y siempre de modo
realista retrata Kusturica su contexto y su tierra; pero a esa innegable
impronta realista se suma otra vertiente con un vigor no menor a la primera, y
es el ámbito onírico, surreal que se funde con la realidad como una indivisible
trenza. Ambos mundos van de la mano en el cine del bosnio, y si bien el término
y la completa justicia o exactitud del mismo con su arte puede ser discutible o
debatible, no lo es el hecho de que el cineasta hace comulgar ambas vertientes
sobre el papel antagonistas, ahí radica una de las tantas causas de la
brillantez del balcánico realizador. Como se dijo, a esto se sumará su ya conocido
y particularísimo sentido del humor, cada vez más mordaz, más efectivo, más
bizarro que nunca. Entre las figuras creadas en la cinta, vemos las manzanas
acarameladas con su intenso rojo que aparecen en momentos bastante
significativos. Esas frutas endulzadas dan la despedida a Perhad de su pueblo
natal, y asimismo lo reciben de regreso, están presentes en su funeral; dejaron
ir un inocente muchacho, para recibir el cadáver de una decadente y malograda
versión del mismo individuo.
Otro elemento en el que se combina extraordinariamente la
realidad con el onirismo, el simbolismo con la realidad, es cuando Merdzan
levanta, literalmente, la casa de su madre. El despreciable y abyecto sujeto,
al no tener dinero para pagar sus cuentas de apuestas, intenta extorsionar a la
madre, levantando la casa con ayuda de un vehículo; la casa está volando,
literalmente, levita, pende de una cuerda, mientras la atormentada pero
mesurada abuela le lee un cuento a la sollozante nieta, para configurar otra de
las figuras de mayor fuerza y vitalidad del realizador en su cinta. Kusturica
se ha convertido ya en un poeta audiovisual, es ya un dómine para expresarse a
través de imágenes, de sonidos, aúna a hermosos planos y encuadres, música
sensible, cercana a lo que retrata, y le insufla su sensibilidad, su agudeza
para representar y transmitir emociones, como muy pocos en el cine actual
pueden. Kusturica alcanza nuevos niveles en su arte, la cohesión, y la unidad y
coherencia con cintas previas no se ha perdido, sino que se ven multiplicadas
por todas las evoluciones alcanzadas en apenas el tercer largometraje del
director, dando fe de una evolución tan rápida como impresionante, llegando a
un nivel de cine contemporáneo sin parangón a la grandísima mayoría de realizadores.
Cinta ganadora de reconocimientos, entre otros, de la Palma de Oro en Cannes, contiene
amplio repertorio para comentarse, repitiendo el joven Davor Dujmovic como actor, nos entrega Kusturica su hasta este
punto, 1988, sin duda trabajo más logrado y ambicioso, el más potente y
hermoso, dejando el terreno allanado y ya listo para las que luego serían sus
obras maestras. Emir avanza a pasos agigantados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario