lunes, 11 de enero de 2016

¿Te acuerdas de Dolly Bell? (1981) - Emir Kusturica

Emir Kusturica es, actualmente, uno de los pocos cineastas que escapan del común denominador, esto es, cineastas que producen un cine que no es cine, que no es arte, sino negocio, consumo, comercio. Es Kusturica un cineasta que, como todos los grandes directores, siempre tuvo su estilo bien definido, desde el comienzo, desde su primera película, la cual en esta oportunidad me encargo de comentar. El balcánico realizador concreta su primer largometraje, para el cual adopta muchas de las aristas que para siempre encuadrarán su cine, esto es, entre otras cosas la realidad de su nación, lo que fue Yugoslavia en sus años de infante, que se deshacía en pedazos, fragmentándose en los países de los Balcanes de la actualidad. Ese turbulento entorno se transfiere a los ciudadanos, como el protagonista del filme, un adolescente que, ante la creciente delincuencia juvenil en Sarajevo, sigue la iniciativa de los adultos de la localidad, y forma una banda de rock-folk para emplear bien su tiempo, a la vez que esconde en su domicilio a una bella y joven prostituta, que da título al filme. Como se dijo, la cinta ya contiene muchas de las características y directrices que guiarán las creaciones de Kusturica, el folklore de su tierra, la sencillez de la vida en esas tierras de tan complicada historia y porvenir, y agrada en efecto advertir y reconocer muchos de los tópicos y sellos del cineasta en este su inicial trabajo cinematográfico.

                      


Kusturica comienza su relato exponiéndonos al meollo principal pronto, sin adornos u ornamentos audiovisuales, cuando veamos a un hombre local hablando sobre la creciente delincuencia en la localidad de Sarajevo; además expone su idea de reconducir a la juventud, por temor a esa delincuencia, hacia otros senderos, y propone que se creen bandas juveniles de música. Por supuesto, ese es el meollo socioeconómico y político, desde cierto punto de vista, casi un pretexto, un marco donde nos presenta la otra historia, tan o más importante que la primera. Sarajevo se debate en la indecisión, tambalea, es un caos desde muchos puntos de vista pero Kusturica es capaz de fusionar esa alarmante realidad con las vivencias del adolescente Dino (Slavko Stimac), impregnado todo con el particular tono casi festivo del balcánico realizador, además de cierta ternura encarnada en el joven. Una ternura que ha de desaparecer, como siempre, con el crecimiento, con el madurar, con el perder la inocencia, simbolizada con la muerte de la mascota, el conejo, la tierna presencia animal que casi siempre veremos en la obra de Kusturica, el conejo mascota en esta oportunidad lo ilustra. La música es vital en la cinta, de cierto tono vernacular, liviana y alegre, ayuda a configurar ese escenario siempre característico de los trabajos del bosnio, un aura folklórica sobrevuela buena parte de la cinta, y resulta bastante significativo que la canción central de la cinta sea italiana -canción que fluirá una y otra vez durante la película, ya sea en grabación, ya sea interpretada por la banda juvenil-.






Ese hecho, la música latina que inunda tierras mayormente de orientación musulmana, va configurando uno de los tantos contrastes que contiene la cinta. Oriente y occidente, cristianismo y religión musulmana conviviendo juntos, y compitiendo a la vez, pues en el contexto histórico de la cinta, con Yugoslavia desintegrándose política, religiosa y territorialmente, los nacientes países balcánicos comenzaban a formarse y tomar partido, políticamente, con las ideas comunistas provenientes de occidente, y, religiosamente, algunos adoptando el occidental cristianismo, otros manteniendo la religión de Alá. Kusturica nos encuadra pues en una época turbulenta en todos los sentidos, pero todos esos contrastes, esa inseguridad e incertidumbre, alcanzan  la mayor cúspide en el protagonista, Dino, el adolescente que se debate entre muchas elecciones, con las inseguridades y ansiedades propias de su edad, él se convierte en el hilo principal de la cinta, la lupa a través de la que vemos todo. El jovencito que se debate en múltiples campos, no sabiendo si adoptar el extranjero comunismo que su padre tan fervientemente defiende, o el metafísico mundo de la hipnosis, un guiño simbólico que probablemente se arraigue en experiencias personales del cineasta; no sabiendo si entrar en la banda musical, o seguir la ruta de la mayoría de su edad, la delincuencia juvenil. Dino es pues el receptáculo, la fuente donde se reúnen todas las incertidumbres, las inquietudes y disyuntivas, es perfecto el personaje elegido, un adolescente despertando en todos los sentidos, sexual e intelectualmente, fascinado por Dolly Bell (Ljiljana Blagojevica), la prostituta que escondió y de la que se enamoró.









El pesimismo se cierne en ese sórdidamente bello mundo, la lluvia como elemento simbólico que más de una vez fluye, la lluvia que cae y hace a alguien preguntarse si alguna vez saldrá el sol como Dios manda, a lo que el marxista padre contesta fríamente “nunca”; llueve sobre el padre comunista, y nunca sale el sol, se diagrama la concepción del director, los comunistas y su austeridad, su miseria tragicómicamente retratada, que tiene en el padre al principal bastión. Se configura pues el drama, la tragedia y la comedia se funden, la sordidez y la belleza del amor se encuentran, esa conjunción, esa tan disímil unión, funcionan tan bien cuando el realizador de turno sabe lo que hace, y vaya que Kusturica es uno de ellos. Encontramos otro contraste, uno hartas veces utilizado en el cine, el romance, el amor, el enamoramiento con una prostituta. En este caso, un joven debutante sexualmente se enamora de una bella chica que vende su cuerpo, hermosa prostituta enternecida por el bisoño individuo, mientras nuevamente las gotas de lluvia caen, generando el triste paralelo con las lágrimas que caen asimismo, mientras su querida Dolly Bell es violentada por su chulo. Finalmente no sabemos a ciencia cierta qué pasa con Dolly Bell, el padre muere, y la familia se va de la localidad, mientras suena una triste canción de añoranza de Dino; muchas, o todas las incertidumbres y dualidades a las que se enfrentaba Dino no fueron resueltas, simplemente presenciamos un episodio en su vida, el episodio de un jovencito durante el fin de Yugoslavia.













En la cinta Italia se vuelve el nexo entre un mundo y otro, el mundo balcánico y el mediterráneo se vinculan en ella, en más de un sentido, como si Italia fuera el punto de escape que Dino, y por extensión, Kusturica añorase: la música que enmarca la cinta, las prostitutas que son enviadas a Milán. Resulta bastante significativo que en medio del rico bosquejo de su Sarajevo, Kusturica en su relato nos muestra a la principal figura que encarna el marxismo, el padre, feneciendo, agoniza y muere, mostrándosenos pues la filiación o inclinación de Emir. Música e hipnotismo, representando y simbolizando las ganas de huir, las ganas de escapar a la delincuencia y al comunismo respectivamente, de dejar atrás una situación caótica, desesperante, miserable, que seguramente agobiaba a Kusturica, poseedor de un muy agudo sentido de observación de su entorno, el director nos desliza con sutileza, y a la vez con efectividad,  con metáforas, su pensamiento, su deseo, encarnado en su protagonista, en Dino; Kusturica, que muy probablemente insufló a su cinta con sus privadas y propias vivencias, va deslizando pues su parecer, su sentir. La toma final es también significativa, tras retirarse la familia, vemos una Sarajevo en construcción, construcciones que se están edificando, grandes edificios van tomando forma, Yugoslavia ha desparecido, es Bosnia ahora su tierra, la confusión va quedando atrás, al menos en parte, tal como la situación del adolescente protagonista.






Como se dijo, es notable la forma en que desde este, su primer largometraje, se siente tan nítidamente un trabajo identificable con su autoría, con ese tono costumbrista, cercano al pueblo, a sus hábitos y actividades, a sus habitantes, la música y su gente, la fauna humana de su natal tierra, y su costumbrismo, documentado con pintoresca sencillez. Sabe Kusturica añadir a todo este entramado su particularísimo y sabroso humor, con sutiles pero determinadas y eficientes dosis de comicidad, el tibio toque hilarante en detalles como el padre regañando, refunfuñando e imponiendo su autoridad, para después meter el pie por accidente en un recipiente con agua, o un joven que intenta hipnotizar a una liviana jovencita lugareña, entre otros momentos hilarantes. La cámara del realizador es correctamente suelta cuando lo determine la narración, y si bien es mayormente estática, se desenvuelve con aceptable y parsimoniosa soltura en los pocos momentos en que se desliza en los ambientes para seguir las acciones de los protagonistas, su cámara documenta lo que vemos, símilmente a como vimos en su cortometraje Guernica (1978). El director apenas empezaba su andadura en el cine, por supuesto, y ese aspecto técnico es algo en lo que daba sus primeros pasos, es algo en que se percibe algo indeciso, embrionario aún el realizador, pero su debutante largometraje ya es perfectamente coherente con toda la magistral obra que luego produciría, un trabajo en el que por cierto se sumerge hasta el punto de ser co escritor también del guión del filme, junto a Abdulah Sidran.









Asimismo, Kusturica comienza a mostrar, si bien aún someramente, su destreza como creador de imágenes, como poeta visual, valiéndose de la plástica en su cine, mostrándonos el elemento agua más de una vez, mostrándonos las frutas durante los tiernos actos carnales de los protagonistas. Es una faceta en la que aún estaba germinando el director, luego veríamos toda la grandeza de su dominio en esta área como cineasta. Emir Kusturica es en definitiva uno de los cineastas referenciales de la actualidad, un cineasta con un estilo definido y sólido desde sus comienzos, un artista que siempre supo lo que quería, es muy atractivo apreciar su trabajo debut sabiendo lo que luego sería capaz de realizar, obras maestras de la talla de Underground (1995), o Gato Negro, Gato Blanco (1998), donde muchos de los aspectos apreciados serían casi exagerados, llevados a un caricaturesco extremo. Observamos una cinta que obtuvo merecidos reconocimientos -entre ellos el León de Oro en Venecia-, presenciamos el nacimiento de un gran artista, que luego maduraría para ser uno de los mejores directores de cine contemporáneos. El chico malo de los Balcanes ha nacido, es apreciable percibir que la cinta tiene mucho de la vida del cineasta mismo, es una cinta agradable, sencilla, que se refresca con los juveniles protagonistas y sus simples pero eficientes interpretaciones, un himno que habla del interior de su creador, bella cinta que se escoge para apertura este proyecto, este naciente sitio cinéfilo.









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