El apreciable cineasta balcánico Emir Kusturica
proseguiría su producción cinematográfica con este largometraje, su segundo, si
descontamos un filme televisivo realizado un año antes. Así, cuatro años
después de su exitoso debut ¿Te acuerdas
de Dolly Bell? (1981), materializa
este nuevo ejercicio, que, al igual que su trabajo previo, contiene todos los
elementos y principales nortes que hacen de este, un trabajo plenamente
identificable y coherente como una obra de su realizador. En esta oportunidad
no es Kusturica ya el escritor del guión (como en la primera película), pero Abdulah Sidran, co-autor del
guión en su debut, se encarga de esa tarea ahora. Configuran los autores la
historia de Malik, un niño procedente de la Yugoslavia de su gobernante Tito,
en un momento de mucha inestabilidad política, social y económica, con el
comunismo extranjero invadiendo los Balcanes, y en el que, al verse su padre
condenado al exilio por ideas políticamente peligrosas, la madre del infante le
dice que su padre se encuentra ausente por un largo viaje de negocios.
Repitiendo algunas, o muchas de las aristas del inicial debut, la cinta
continúa explorando el mundo, el entorno que rodeaba al cineasta, nos muestra
su visión de su mundo, a través de la perspectiva del infante, que tiene en el
fútbol una actividad que le sirve de escape y distracción. Otro trabajo digno
del bosnio, con el que siguió recolectando reconocimiento y galardones -cinta
ganadora de la Palma de Oro en Cannes- y por el que alcanzaría ya notoriedad en
el firmamento cinematográfico internacional.
Kusturica es un cineasta que va
al grano, que no esconde nada, que muestra su arte desde el primer instante,
desde la primera imagen, y así desde el primer encuadre, tras leerse la dedicatoria
de un histórico relato de amor, observaremos imágenes campestres, imágenes
sencillas. Vemos, al igual que en su cinta anterior, el campo, cercanas y
folklóricas secuencias conforman el
comienzo del filme, su característico sello, la cercanía, sencillez y
costumbrismo, vuelven pues a presentársenos, como se dijo, desde el comienzo,
desnudos, sin adornos ni distracciones. Ese costumbrismo, esa cercana sencillez
queda plasmada cuando vemos a los campesinos cantando, un alegre y sencillo
tema de ascendencia española; nuevamente, de similar modo otra vez a la cinta
anterior del cineasta, el elemento musical pues también queda estrechamente
vinculado a lo que se representa. Y nuevamente un elemento musical de orígenes
mediterráneos; tomando nota desde el comienzo. El último guiño a ese
costumbrismo es graficado con la final secuencia de la boda, el humor y la
sencillez del campo se encontrarán por última vez. Kusturica pues no pierde tiempo, y en una de
las primeras secuencias escucharemos a nuestro infante protagonista hablando de
su realidad, de la austeridad de esas tierras tan castigadas, una Yugoslavia
que estaba ya dejando de existir para fragmentarse en las naciones balcánicas
es graficada por el niño Malik (Moreno D'E Bartolli), narrándonos, con su infantil
inocencia, cómo su madre debió realizar un ardid a cambio de cierto beneficio
estatal.
Esa austeridad queda retratada
elocuentemente con la adquisición de algo tan banal como un pintalabios, un
lápiz labial, un elemento insignificante pasa a ser un elemento casi suntuoso.
Vemos cómo el cineasta bosnio continúa por los caminos iniciados en su filme
debut, otra vez nos grafica su
Sarajevo, su Yugoslavia, tambaleante
y caótica, donde la miseria, la austeridad, el miedo lo impregnan todo, una
tierra en la que hasta respirar puede causar pánico, donde la libertad va
quedando más y más cercada. Asimismo, nada escapa al retrato de Kusturica de su
entorno, el fuerte y muy presente aspecto político no podía tampoco pasar
desapercibido, siendo prontamente mostrado en el periódico del padre: ilustres
comunistas se muestran; se crea pues la atmósfera de esos días, con Stalin muy
presente en el día a día de los ciudadanos, con la represión enfrentándose a quien desafíe el invasor comunismo occidental. Los niños honrando a Tito, Yugoslavia se
resquebraja, el contexto político es indesligable de la obra del bosnio, y
claro, la represión es tenaz, siendo una de las figuras de mayor poder
retratadas, la manera en que se puede arruinar la existencia, o parte de ella,
de un individuo por algunas ideas que pueda tener, o lo que es peor, por algún
comentario que alguien pueda hacer a ese respecto. En ese temible mundo
represivo, como en cualquiera que haya experimentado la falta y prohibición de
libertades, incluida la de pensamiento, esa es simplemente una dura y triste
realidad.
Nuevamente el buen Emir en su
etapa inicial nos muestra, nos relata lo que desea transmitir, de algún modo
endulzado a través de la perspectiva del protagonista-observador; nuevamente,
como en el filme anterior, un joven (un niño en esta oportunidad) será el
transporte a través del cual la historia fluirá para nosotros. Por supuesto, el
hábil Kusturica no emplea esto como un mero medio, como un vulgar artificio
para sublimar usa historia; probablemente se trate de un modo de canalizar
vivencias y sentires del propio realizador, a la vez que también puede que se
trate de un recurso narrativo, o una unión de ambos motivos. En este mundo
balcánico, y siempre desde el enfoque cercano a los niños, la educación va de la
mano con demostraciones aéreas, donde se ensalza a una mujer aviadora
remarcable, esa severa dualidad ya nos va diagramando un simbolismo, mientras
el niño, como todos, inclina asombrado la cabeza hacia el cielo. El avión surca
el firmamento, mientras fluye el tierno y conocido vals que nos acompañará toda
la película, mientras todos observan fascinados el espectáculo, como si
observaran un cinematógrafo. Kusturica sustrae del vals determinado fragmento,
lo convierte en elemento transmisor, y ese acompañamiento musical, por cierto,
dota en efecto a la cinta de un tibio y tierno halo nostálgico, le imprime
tanto esa nostalgia como cierta inocencia. Imprime pues el realizador una
tónica dulce, tierna, inocente, pero ahora, y comparada a la cinta anterior, multiplicadas
por la óptica de un infante, un niño; pero cuidado, que de inocuo el filme no
tiene nada.
Digo esto pues si bien es
mostrado el filme desde los ojos de Malik, sería erróneo -y sencillo para
paladares no adecuados- pensar que se trata de una tierna e inofensiva cinta
infantil; para nada. De inocuo, como se dijo, el filme tiene poco o nada, pues
el enfoque infantil no hace más que generar un severo contraste entre esa su
infantil y lúdica visión, con lo que enmarca, con ese mundo hostil que se esconde
detrás de esa aparente inocuidad, con esa realidad represiva y escalofriante.
Ahora, lo que sí encontramos como novedad viene a ser la inclusión del
protagonista con voz en off, lo que
le da mucha mayor presencia en el filme, y refuerza asimismo todo lo antes
comentado: la inocencia, la ternura hasta cierto punto deslizadas a través de
la figura de nuestro bisoño protagonista y testigo. No podía faltar algo en
nuestro querido cineasta, un elemento propio de su lenguaje, esto es, su
particularísimo y agradable humor, su hilaridad, su comicidad que nunca dejar
de estar patente en sus trabajos. En este caso, nos dibujará alguna sonrisa el
irreverente Malik, husmeando debajo de la mesa, observando a su adúltero padre
jugar bajo la falda de una dama y prenderle fuego a esa prenda, pero ni así
evitando el adulterio de Mesa (Predrag Manojlovic), libidinoso padre suyo. Otro
elemento que sentimos afín a la cinta anterior, es el romance, el romance
juvenil que sirve para hacer entrar a la vida al protagonista; antes el
adolescente y su prostituta, ahora el tierno romance infantil, Malik y su
amiguita que se van descubriendo mutuamente, un romance que se romperá
abruptamente, que los hace crecer, madurar.
Todos estos elementos, aunados,
orquestados de la forma en que Kusturica sabe, articulados y estructurados de
la forma debida, conforman pues la obra de un autor que se siente no en vano
considerado como el más brillante exponente de lo que algunos llaman La Generación de los Balcanes. Y es que
es siempre tan sencillo como agradable, para el admirador de su arte, captar y
percibir los sentimientos que transmite, la imagen que nos hace llegar de
Sarajevo, de su particular entorno y contexto, de sus circunstancias, todo lo
que consigue atrapar, plasmar. Pero lo más remarcable es que no consigue ese
efecto en una sola cinta, sino que, apreciando su obra en conjunto, apreciamos
ese mismo sentimiento, ese mismo efecto, en más de una de sus creaciones. Esto
deviene, por supuesto, en mayor coherencia, cohesión
artística, se advierte una poderosa unidad dentro de la completa producción
de Kusturica, algo que es muy apreciable, que habla mucho de un artista que
tiene sus nortes bien definidos. La cámara, algo indecisa todavía, no se atreve
aún a soltarse del todo, está aprendiendo a perder esa timidez, esa timidez de
la que luego se desembarazaría por completo hasta alcanzar la pericia y los
trucos técnicos de la puesta en escena con las que luego el balcánico haría las
delicias de crítica y público.
En otra importante secuencia
vemos a Malik huyendo una noche, pero huyendo sonámbulamente bajo un nigérrimo
cielo nocturno; el elemento onírico, también una de las constantes de
Kusturica, queda plasmado, si bien queda trazado someramente aún. Apreciamos un
nuevo paralelo o cercanía con el primer largometraje de Kusturica, y es que si
en el primero fueron las inclinaciones, la atracción del joven Dino por las
prácticas hipnóticas, ahora vemos el elemento metafísico representado en el
sonambulismo, el sonambulismo que mueve al infante Malik. Quedan pocas dudas
pues, o ninguna, de que ese elemento, de que ese aspecto, lo metafísico, no es
una mera pose o elemento argumental en Kusturica, es algo que se presiente
arraigado en él, y como también quedará evidenciado en sus posteriores entregas,
en sus futuras cintas. Quizás como un guiño autobiográfico podemos observar
ciertos aspectos de la cinta, la circuncisión, acto ritualista representando el
crecimiento -y la carga de atribución judía que conlleva, sabiendo que el
choque religioso es otra constante en las cintas de Emir-, la añoranza y
tristeza por la ausencia del padre, la lascivia de ese padre, de ese
progenitor, todo en este singular bosquejo infantil esbozado. Elaborando otro
evidente paralelo, si en la cinta ya citada, su debut, ese hipnotismo era una
fuente de escape, ahora tendremos al deporte, el fútbol, soccer que se desliza
como transporte, válvula escapatoria, como algo ajeno a toda esa compleja
realidad. Música e hipnotismo antes, fútbol y sonambulismo ahora; en efecto,
entre una y otra película hay más de un parentesco.
Hay una secuencia, empero, que
puede resumir mucho de todo lo hasta ahora comentado. Los padres casi matándose
entre ellos, la violencia hace llorar al pequeño Malik, mientras el hijo mayor
ríe al ver el sórdido espectáculo, para acabar los 4 haciendo música y
pasándola bien en cama. En medio de la bizarría, en medio de la sordidez, el
amor persiste, el amor encontrará la manera siempre de crecer hasta en la más
inhospitalaria locación. Igualmente, la cinta se clausura con un elocuente
plano, y secuencia asimismo: tras el intento de suicidio de la madre (figura de
impotencia tremenda), mientras gana Yugoslavia un partido de fútbol por la
radio, Malik vuelve a huir en un trance sonámbulo, camina maquinalmente hacia
un amanecer, y voltea; nos mira, como nunca en la cinta, mira a la lente, nos
mira a nosotros, y sonríe frente al naciente nuevo día. La imagen habla por sí
sola. Asimismo, hay ciertas figuras, ciertos encuadres, que por su composición,
nos recuerdan a ¿Te acuerdas de Dolly Bell?, la hermandad entre ambas cintas es
flagrante, y aquel que haya visionado ambas películas, probablemente será capaz
de reconocer aquellos planos, planos “sueltos”, sencillas tomas que evidencian
la cercanía de un filme a otro, cercanos cronológicamente y, más importante,
cercanos desde el punto de vista del creador y de su lenguaje, de su
expresividad. Continúa Kusturica su particular senda creadora cinematográfica;
sus caminos, siempre bien definidos; su estilo, depurándose y haciéndose cada
vez más exquisito. Buena cinta, de un cineasta extraordinario.
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