viernes, 15 de enero de 2016

Papá está en viaje de negocios (1985) - Emir Kusturica

El apreciable cineasta balcánico Emir Kusturica proseguiría su producción cinematográfica con este largometraje, su segundo, si descontamos un filme televisivo realizado un año antes. Así, cuatro años después de su exitoso debut ¿Te acuerdas de Dolly Bell? (1981), materializa este nuevo ejercicio, que, al igual que su trabajo previo, contiene todos los elementos y principales nortes que hacen de este, un trabajo plenamente identificable y coherente como una obra de su realizador. En esta oportunidad no es Kusturica ya el escritor del guión (como en la primera película), pero Abdulah Sidran, co-autor del guión en su debut, se encarga de esa tarea ahora. Configuran los autores la historia de Malik, un niño procedente de la Yugoslavia de su gobernante Tito, en un momento de mucha inestabilidad política, social y económica, con el comunismo extranjero invadiendo los Balcanes, y en el que, al verse su padre condenado al exilio por ideas políticamente peligrosas, la madre del infante le dice que su padre se encuentra ausente por un largo viaje de negocios. Repitiendo algunas, o muchas de las aristas del inicial debut, la cinta continúa explorando el mundo, el entorno que rodeaba al cineasta, nos muestra su visión de su mundo, a través de la perspectiva del infante, que tiene en el fútbol una actividad que le sirve de escape y distracción. Otro trabajo digno del bosnio, con el que siguió recolectando reconocimiento y galardones -cinta ganadora de la Palma de Oro en Cannes- y por el que alcanzaría ya notoriedad en el firmamento cinematográfico internacional.


                        


Kusturica es un cineasta que va al grano, que no esconde nada, que muestra su arte desde el primer instante, desde la primera imagen, y así desde el primer encuadre, tras leerse la dedicatoria de un histórico relato de amor, observaremos imágenes campestres, imágenes sencillas. Vemos, al igual que en su cinta anterior, el campo, cercanas y folklóricas secuencias conforman el comienzo del filme, su característico sello, la cercanía, sencillez y costumbrismo, vuelven pues a presentársenos, como se dijo, desde el comienzo, desnudos, sin adornos ni distracciones. Ese costumbrismo, esa cercana sencillez queda plasmada cuando vemos a los campesinos cantando, un alegre y sencillo tema de ascendencia española; nuevamente, de similar modo otra vez a la cinta anterior del cineasta, el elemento musical pues también queda estrechamente vinculado a lo que se representa. Y nuevamente un elemento musical de orígenes mediterráneos; tomando nota desde el comienzo. El último guiño a ese costumbrismo es graficado con la final secuencia de la boda, el humor y la sencillez del campo se encontrarán por última vez. Kusturica pues no pierde tiempo, y en una de las primeras secuencias escucharemos a nuestro infante protagonista hablando de su realidad, de la austeridad de esas tierras tan castigadas, una Yugoslavia que estaba ya dejando de existir para fragmentarse en las naciones balcánicas es graficada por el niño Malik (Moreno D'E Bartolli), narrándonos, con su infantil inocencia, cómo su madre debió realizar un ardid a cambio de cierto beneficio estatal.











Esa austeridad queda retratada elocuentemente con la adquisición de algo tan banal como un pintalabios, un lápiz labial, un elemento insignificante pasa a ser un elemento casi suntuoso. Vemos cómo el cineasta bosnio continúa por los caminos iniciados en su filme debut, otra vez nos grafica su Sarajevo, su Yugoslavia, tambaleante y caótica, donde la miseria, la austeridad, el miedo lo impregnan todo, una tierra en la que hasta respirar puede causar pánico, donde la libertad va quedando más y más cercada. Asimismo, nada escapa al retrato de Kusturica de su entorno, el fuerte y muy presente aspecto político no podía tampoco pasar desapercibido, siendo prontamente mostrado en el periódico del padre: ilustres comunistas se muestran; se crea pues la atmósfera de esos días, con Stalin muy presente en el día a día de los ciudadanos, con la represión enfrentándose a quien desafíe el invasor comunismo occidental. Los niños honrando a Tito, Yugoslavia se resquebraja, el contexto político es indesligable de la obra del bosnio, y claro, la represión es tenaz, siendo una de las figuras de mayor poder retratadas, la manera en que se puede arruinar la existencia, o parte de ella, de un individuo por algunas ideas que pueda tener, o lo que es peor, por algún comentario que alguien pueda hacer a ese respecto. En ese temible mundo represivo, como en cualquiera que haya experimentado la falta y prohibición de libertades, incluida la de pensamiento, esa es simplemente una dura y triste realidad.







Nuevamente el buen Emir en su etapa inicial nos muestra, nos relata lo que desea transmitir, de algún modo endulzado a través de la perspectiva del protagonista-observador; nuevamente, como en el filme anterior, un joven (un niño en esta oportunidad) será el transporte a través del cual la historia fluirá para nosotros. Por supuesto, el hábil Kusturica no emplea esto como un mero medio, como un vulgar artificio para sublimar usa historia; probablemente se trate de un modo de canalizar vivencias y sentires del propio realizador, a la vez que también puede que se trate de un recurso narrativo, o una unión de ambos motivos. En este mundo balcánico, y siempre desde el enfoque cercano a los niños, la educación va de la mano con demostraciones aéreas, donde se ensalza a una mujer aviadora remarcable, esa severa dualidad ya nos va diagramando un simbolismo, mientras el niño, como todos, inclina asombrado la cabeza hacia el cielo. El avión surca el firmamento, mientras fluye el tierno y conocido vals que nos acompañará toda la película, mientras todos observan fascinados el espectáculo, como si observaran un cinematógrafo. Kusturica sustrae del vals determinado fragmento, lo convierte en elemento transmisor, y ese acompañamiento musical, por cierto, dota en efecto a la cinta de un tibio y tierno halo nostálgico, le imprime tanto esa nostalgia como cierta inocencia. Imprime pues el realizador una tónica dulce, tierna, inocente, pero ahora, y comparada a la cinta anterior, multiplicadas por la óptica de un infante, un niño; pero cuidado, que de inocuo el filme no tiene nada.









Digo esto pues si bien es mostrado el filme desde los ojos de Malik, sería erróneo -y sencillo para paladares no adecuados- pensar que se trata de una tierna e inofensiva cinta infantil; para nada. De inocuo, como se dijo, el filme tiene poco o nada, pues el enfoque infantil no hace más que generar un severo contraste entre esa su infantil y lúdica visión, con lo que enmarca, con ese mundo hostil que se esconde detrás de esa aparente inocuidad, con esa realidad represiva y escalofriante. Ahora, lo que sí encontramos como novedad viene a ser la inclusión del protagonista con voz en off, lo que le da mucha mayor presencia en el filme, y refuerza asimismo todo lo antes comentado: la inocencia, la ternura hasta cierto punto deslizadas a través de la figura de nuestro bisoño protagonista y testigo. No podía faltar algo en nuestro querido cineasta, un elemento propio de su lenguaje, esto es, su particularísimo y agradable humor, su hilaridad, su comicidad que nunca dejar de estar patente en sus trabajos. En este caso, nos dibujará alguna sonrisa el irreverente Malik, husmeando debajo de la mesa, observando a su adúltero padre jugar bajo la falda de una dama y prenderle fuego a esa prenda, pero ni así evitando el adulterio de Mesa (Predrag Manojlovic), libidinoso padre suyo. Otro elemento que sentimos afín a la cinta anterior, es el romance, el romance juvenil que sirve para hacer entrar a la vida al protagonista; antes el adolescente y su prostituta, ahora el tierno romance infantil, Malik y su amiguita que se van descubriendo mutuamente, un romance que se romperá abruptamente, que los hace crecer, madurar.







Todos estos elementos, aunados, orquestados de la forma en que Kusturica sabe, articulados y estructurados de la forma debida, conforman pues la obra de un autor que se siente no en vano considerado como el más brillante exponente de lo que algunos llaman La Generación de los Balcanes. Y es que es siempre tan sencillo como agradable, para el admirador de su arte, captar y percibir los sentimientos que transmite, la imagen que nos hace llegar de Sarajevo, de su particular entorno y contexto, de sus circunstancias, todo lo que consigue atrapar, plasmar. Pero lo más remarcable es que no consigue ese efecto en una sola cinta, sino que, apreciando su obra en conjunto, apreciamos ese mismo sentimiento, ese mismo efecto, en más de una de sus creaciones. Esto deviene, por supuesto, en mayor coherencia, cohesión artística, se advierte una poderosa unidad dentro de la completa producción de Kusturica, algo que es muy apreciable, que habla mucho de un artista que tiene sus nortes bien definidos. La cámara, algo indecisa todavía, no se atreve aún a soltarse del todo, está aprendiendo a perder esa timidez, esa timidez de la que luego se desembarazaría por completo hasta alcanzar la pericia y los trucos técnicos de la puesta en escena con las que luego el balcánico haría las delicias de crítica y público.







En otra importante secuencia vemos a Malik huyendo una noche, pero huyendo sonámbulamente bajo un nigérrimo cielo nocturno; el elemento onírico, también una de las constantes de Kusturica, queda plasmado, si bien queda trazado someramente aún. Apreciamos un nuevo paralelo o cercanía con el primer largometraje de Kusturica, y es que si en el primero fueron las inclinaciones, la atracción del joven Dino por las prácticas hipnóticas, ahora vemos el elemento metafísico representado en el sonambulismo, el sonambulismo que mueve al infante Malik. Quedan pocas dudas pues, o ninguna, de que ese elemento, de que ese aspecto, lo metafísico, no es una mera pose o elemento argumental en Kusturica, es algo que se presiente arraigado en él, y como también quedará evidenciado en sus posteriores entregas, en sus futuras cintas. Quizás como un guiño autobiográfico podemos observar ciertos aspectos de la cinta, la circuncisión, acto ritualista representando el crecimiento -y la carga de atribución judía que conlleva, sabiendo que el choque religioso es otra constante en las cintas de Emir-, la añoranza y tristeza por la ausencia del padre, la lascivia de ese padre, de ese progenitor, todo en este singular bosquejo infantil esbozado. Elaborando otro evidente paralelo, si en la cinta ya citada, su debut, ese hipnotismo era una fuente de escape, ahora tendremos al deporte, el fútbol, soccer que se desliza como transporte, válvula escapatoria, como algo ajeno a toda esa compleja realidad. Música e hipnotismo antes, fútbol y sonambulismo ahora; en efecto, entre una y otra película hay más de un parentesco.








Hay una secuencia, empero, que puede resumir mucho de todo lo hasta ahora comentado. Los padres casi matándose entre ellos, la violencia hace llorar al pequeño Malik, mientras el hijo mayor ríe al ver el sórdido espectáculo, para acabar los 4 haciendo música y pasándola bien en cama. En medio de la bizarría, en medio de la sordidez, el amor persiste, el amor encontrará la manera siempre de crecer hasta en la más inhospitalaria locación. Igualmente, la cinta se clausura con un elocuente plano, y secuencia asimismo: tras el intento de suicidio de la madre (figura de impotencia tremenda), mientras gana Yugoslavia un partido de fútbol por la radio, Malik vuelve a huir en un trance sonámbulo, camina maquinalmente hacia un amanecer, y voltea; nos mira, como nunca en la cinta, mira a la lente, nos mira a nosotros, y sonríe frente al naciente nuevo día. La imagen habla por sí sola. Asimismo, hay ciertas figuras, ciertos encuadres, que por su composición, nos recuerdan a ¿Te acuerdas de Dolly Bell?, la hermandad entre ambas cintas es flagrante, y aquel que haya visionado ambas películas, probablemente será capaz de reconocer aquellos planos, planos “sueltos”, sencillas tomas que evidencian la cercanía de un filme a otro, cercanos cronológicamente y, más importante, cercanos desde el punto de vista del creador y de su lenguaje, de su expresividad. Continúa Kusturica su particular senda creadora cinematográfica; sus caminos, siempre bien definidos; su estilo, depurándose y haciéndose cada vez más exquisito. Buena cinta, de un cineasta extraordinario.







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