Cuarto largometraje del tan notable cineasta bosnio Emir
Kusturica, un trabajo en el que más de una novedad apreciaremos, aunque
ciertamente no todas las novedades serán tan positivas como uno hubiese
deseado. Kusturica, para empezar, configura con este ejercicio lo que sería su
hasta entonces primer y único trabajo fuera de su natal Sarajevo, fuera de
Yugoslavia, o más exactamente, Bosnia. La causa viene a ser la guerra civil que
estallara en el país balcánico, evento que hizo insostenible el hecho de seguir
produciendo cine en un país ya por naturaleza turbulento y complejo. Kusturica
viaja a los Estados Unidos, a Hollywood para rodar su trabajo, si bien es de producción francesa
el filme. Nos representa una historia singular, como siempre en él, un joven
que se gana la vida vinculándose con el negocio ictiológico, de pronto recibe
el llamado de su admirado tío para que sea padrino en su boda; aceptando a
regañadientes, se traslada hasta donde está su tío encontrando en su camino,
viaje por Arizona, a una singular mujer y su hija, mujeres que le proveerán singulares
experiencias. Una cinta que se siente desde un comienzo en efecto diferente a
lo que hasta entonces había producido el
chico malo de los Balcanes, marcadamente diferente, y en todos los
aspectos, motivo por el cual quizás la cinta se detecte como la más endeble y
la menos concisa hasta ese punto. Sin embargo, la cinta debe ser apreciada o
juzgada partiendo desde el contexto, desde las circunstancias, algunas de las
cuales ya fueron citadas.
El filme comienza con una
dedicatoria por parte del realizador a su padre, tras lo cual se nos presenta
la primera imagen de la cinta, unos hombres que se encuentran alrededor de un
iglú, para luego apreciar la difícil existencia en gélidas tierras, un
individuo pasa problemas en el frágil hielo con su trineo de perros lobo. Un
globo rosado nos traslada entonces, desde el hielo a la urbe, de la urbe, al
protagonista, Axel Blackmar (Johnny Depp). Lo diferente en este filme a todo lo
previo en Kusturica se siente desde el comienzo, cuando apreciamos los obvios créditos
en inglés, pero también con la música, sintiéndose alejada de sus inicios
anteriores, una obvia diferencia considerando que en sus tres filmes previos,
la música era casi siempre íntimamente cercana a su tierra. Y así, como se
dijo, aunque sea bastante evidente, la cinta refleja de inmediato su distinción
a los previos trabajos del realizador, su esencia se advierte ajena por
completo a aquellos trabajos, sentimos que Kusturica no se encuentra más ya en
su hábitat natural, se siente que todos los nortes y recursos presentes
anteriormente han perdido su fuerza, su efectividad. El cineasta ha sido
extirpado, ha perdido su raigambre, el pez ha salido del agua, la fuerza y la
potencia de sus retratos, entre otras cosas, se han atenuado, plasmado incluso en
que sea la primera cinta no solo rodada fuera de Bosnia, sino también la
primera ubicada fuera de los Balcanes, en el mundo Mediterráneo. Ahora,
arrancado de sus orígenes, la música para su filme se siente también cercana a
otra cultura, la norteamericana, además del pronto guiño a uno de sus íconos,
Arnold Schwarzenegger; queda totalmente evidenciado que se trata de otra
cultura, de otra esencia, y que incluso Kusturica no piensa esconderlo o
disimularlo en modo alguno.
El homenaje a Estados Unidos
continuará de manera casi ininterrumpida, rindiendo tributo el aspirante a
actor, Paul Leger (Vincent Gallo), constantemente a las mayores luminarias
actorales yanquis, Al Pacino, el titán Marlon Brando, y a Robert DeNiro, con
esa singular secuencia de Toro Salvaje,
e inclusive el tributo a North by
Northwest, de la etapa yanqui del prodigioso maestro Alfred Hithcock, o un
agradable guiño al gigante clásico El
Padrino II; la cinta se imbuye pues totalmente en el firmamento actoral
norteamericano, un detalle que tiene Kusturica para con sus eventuales
anfitriones. Se siente, sin embargo, que su cine es en efecto más inocuo que en
otras oportunidades, que ha perdido su poder -para bien o para mal, según se
mire- corrosivo; si bien la comedia tampoco es infantil, ni mucho menos,
notamos la disminución de la mordacidad, como si sus figuras y lo que
representa hubiesen perdido cierto filo,
inclusive su fuerza como creador de imágenes, si bien por supuesto que no
desaparece, se siente que se detuvo, que no continuó con esa espectacular
progresión observada particularmente de modo intenso en Tiempo de Gitanos (1988). Se siente a un poeta contenido, obligado, circunscrito
y limitado por la lamentable y externa circunstancia del conflicto bélico
interno, la guerra civil que estallaba en Bosnia e imposibilitaba una normal
producción cinematográfica. Se debe entender primero que nada esa circunstancia
como una de las causas capitales de esta cinta y sus peculiaridades.
Sentiremos tibios asomos de la
maestría y dominio en el manejo de la cámara que Kusturica ya había alcanzado,
con travellings recorriendo determinados escenarios, como la cena de los primos
con sus mujeres anfitrionas, con la lente deslizándose sutilmente por la
locación, mostrando su soltura; pero otra vez, siendo no más que un tibio halo
de lo hasta entonces logrado por el realizador. Y es que muy lamentablemente,
visionada ya la primera media hora del metraje, no es difícil percatarse de
que, comparada con toda la fuerza y bondades de las cintas previas del bosnio
-sobre todo de Tiempo de Gitanos, con la que tantas cimas había alcanzado-, este trabajo
se siente como un lamentable atasco, como un atolladero. Kusturica, fuera de su
medio natural, se percibe inevitablemente anquilosado en su accionar, en su
lenguaje, en trasmitir con su lenguaje audiovisual; la guerra civil en su natal
tierra lo expulsó de ahí, es por tanto esta peripecia en tierras yanquis algo
no natural en su crecimiento, en su formación, es algo forzado, no voluntario,
no es su genuino camino evolutivo, por lo que la cinta no debe ser despedazada
por el apreciador; es casi una lástima lo sucedido, pero debe ayudar esto a
entender el porqué de muchas cosas presentes en la cinta. Pese al lastre
mencionado, sus constantes, sus sellos, siguen ahí, mantiene la enajenación, la
relativa locura, propios de sus visiones, y la mencionada secuencia de la cena
de los cuatro es ejemplo de ello, la locura, el desenfreno y lo absurdo son
planteados y mostrados por Kusturica con su habitual cercanía y sencillez, y es
que el maestro no se podía apagar completamente, ni mucho menos, ante un
eventual escollo.
Algo que en Kusturica escapa a cualquier agente externo,
a cualquier circunstancia o situación ajena a su élan creativo, es su poderosa
capacidad de creador de imágenes, de poeta audiovisual, y de eso sí
apreciaremos mucho en la cinta. Grace (Lili Taylor), la madura fiera femenina
que devora jóvenes, desea volar, manifestándose las absurdas intentonas de los
amantes con diversos artilugios primitivos para alzar vuelo, al más puro estilo
de Leonardo, con las disculpas del genio renacentista. Asimismo, el pez será
uno de los elementos, uno de los símbolos, los más poderosos de todo el filme,
habiendo sido presentado pronto por Axel casi como un alter ego suyo,
desempeñándose él en la muy singular ocupación de monitorear a los peces, de
incluso aplicarles una descarga mínima eléctrica, y narrándonos cómo, al ver a
los ojos del pez, se ve casi a sí mismo; singular paralelo el que nos hace para
luego surrealmente ver a un pez “nadando” en el aire, surcando los cielos para
pasearse despreocupadamente por más de una locación de la cinta. El tiene un
íntimo vínculo con los peces, él, como el pez, surca por todo lo que vemos, es
el protagonista, el vehículo por el que viajaremos a través del relato. El pez,
como él, transita y deambula por este extraño universo, por el cielo de la
nieve, por el ocaso de un desierto, entre cactus y arena, por la urbe, por el
negocio de vehículos, por el cielo nocturno al morir Elaine. Es sin duda una
alegoría a Axel y a sus propias vivencias, aparece cada vez que un evento
significativo ocurre, que algo sucede para cambiar definitivamente a Axel, a
él, al que siente un extraño vínculo con los peces, y con esos ojos acuáticos
que a la mayoría no le despertaría mayores sensaciones. A la vez, es una
singular variación del elemento animal, siempre presente y de cierto
significado en el cine del bosnio.
Veremos a nuestros protagonistas
comiendo con una tortuga en la mesa, no pierde el cineasta del todo por
supuesto su capacidad para crear algunas de sus figuras, algunas de las
imágenes que crea, y veremos de ese modo al quelonio caminando por la mesa,
entre las velas y los alimentos. Algún esbozo de enajenación asimismo, con Faye
Dunaway tocando el acordeón mientras el demente Axel se pasea peculiarmente
imitando un ave de corral; se percibe necesariamente un halo de que, al margen
de todo, es un filme de Emir Kusturica. Ese acordeón será uno de los pocos
elementos físicos que han sobrevivido a esa severa escisión de su creación
respecto a obras previas, y es que, lógicamente, algo de su estrambótico estilo
se mantiene, algo de su mística, y por raro que suene, la cinta es extraña,
pero no extraña a la manera de Kusturica, sino extraña por ser una inusual y rara
mezcla de sus perennes nortes y lineamientos, pero ahora adaptándose a un
medio, cultura y esencia por completo nuevos al creador. Se da pues lo normal,
hay elementos que se han quedado en su tierra, junto con parte de la fuerza que
Kusturica es capaz de imprimir a una cinta, a un relato ambientado en la tierra
en la que creció, la tierra que él respira. Ahora, ido ese entorno, se fueron
también sus poderosos retratos humanos, los retratos de una generación
completa, de un país entero; toda la fuerza que emanaba de la concisión de esos
constructos, está ahora, como era predecible y normal, ausentes, o, al menos,
disminuidos muy considerablemente.
El elemento onírico por supuesto
se hará presente nuevamente en el cine de Kusturica, prontamente observando el
sueño de Axel, en medio del desierto, una larga e interminable fila de
vehículos, colocados a elevada altura; a la vez que sabremos que un ancestro
suyo tuvo el sueño de “apilarlos”, y llegar de ese modo a la luna. Se asoma un
tibio simbolismo de ese sueño, ahora casi impuesto al descendiente, que se ve
poco menos que obligado e inmerso en esa situación, venta de autos. Algo a
tomar en cuenta considerando que es la historia de un joven que se ha
desencantado de alguien de la infancia, que no quiere seguir sus pasos, empero
lo hará, y en el camino descubrirá algunos de sus propios sentimientos. En el
ámbito mágico onírico, tenemos también la imagen asimismo de la ambulancia, la ambulancia que mágicamente vuela,
con el cadáver del tío Leo, hasta alcanzar la luna, y su sueño; una agradable
imagen y metáfora, que, empero, languidece ante su relativa soledad en medio de
una cinta en la que se perciben las múltiples limitaciones y restricciones que
debió sentir Kusturica. Elaine levita, flota naturalmente sentada en una silla;
el surrealismo no desaparece por completo, eso sería impensable en Emir, que
nos habla nuevamente con mayor vigor a través de esas secuencias oníricas,
donde su genio puede brotar libremente, sin ataduras a convencionalismos. Y es que, pese a todo lo mencionado,
siempre da la impresión de salir bien parado Kusturica; su sello, su personal
impronta, siguen ahí, pese a todo lo comentado, y eso es remarcable, es lo que
finalmente termina imponiéndose en la cinta.
La cohesión de ambos mundos, el real, el mundo concreto,
y onírico, el mundo surreal, si bien es correcta, no funcionará tan efectiva ni
tan potentemente como en ocasiones anteriores, y no encuentro a las actuaciones
particularmente loables, salvo quizás una Faye Dunaway que aporta cierta
frescura como la hija de la madre devoradora de jóvenes, y Jerry Lewis, el tío
Leo, que con su experiencia construye un personaje relativamente atractivo. Se
rompieron muchas de las hasta entonces inquebrantables constantes de Kusturica.
Ya no observaremos a un niño o adolescente siendo el protagonista, esta vez es
ya un joven, un joven adulto el que es protagonista; ahora ya no nos presenta
un genuino y cercano retrato de su tierra, ni de su gente en su innato entorno;
ahora el romance se ha bifurcado para concretarse en madre e hija, disimiles
una de otra, pero presentes en el camino de Axel. Los personajes asimismo han
perdido fuerza, no delineados con tanta contundencia como antes, sin la
raigambre -en buena medida debida al entorno natural balcánico- que antes los
convertía en tan efectivos retratos de una nación completa; todo presentado con
un acompañamiento musical que asimismo pareciera dividirse entre los dos mundos
que concilia. Se clausura la cinta con la inicial figura, ese rosado globo que
se pasea y nos transporta, mientras vemos otra imagen similar a la inicial,
unos hombres en el hielo con sus lobos. En suma, lo dicho, es una cinta con la
que se rompe la dinámica que llevaba Kusturica; algunos dicen que para entender
a un genio hay a veces que mirar a sus obras más débiles, no a sus obras maestras. Y ahí lo tenemos, expulsado de su
Bosnia natal, lejos de su Sarajevo, presa de circunstancias, haciendo cine en
Hollywood, lo peor que le puede pasar a
un cineasta que hace arte de verdad; y ahí lo vemos, resistiendo, imponiendo su
sello, normalmente influenciado, teñido por las circunstancias, pero
resistiendo, pues el filme nunca deja de sentirse, con todo, una obra de su autor.
Singular cinta de Kusturica, a mirar con el cuidado debido.