
La acción se desarrolla en una
vecindad, con humildes viviendas, en una de ellas vive Meche (Rosa Arenas) con
su padre, Carmelo González (Roberto Meyer), que un día se ven alarmados ante un
escándalo en la vecindad, el dueño del sitio: Andrés Cabrera (Andrés Soler),
desea vender la propiedad, exige que todos salgan de ahí, generándose conflicto.
Para acallar a los inquilinos, a Andrés, su mujer, Paloma (Katy Jurado), le da
la idea de buscar un matón que los amedrente. A quien busca es a Pedro, apodado
El Bruto (Pedro Armendáriz), por su gran fuerza física, obrero suyo a quien le
encarga que asuste a los inquilinos, en especial a Carmelo, que lidera a los
vecinos. El Bruto se pone en acción, y golpea al viejo, con tanta mala suerte
que, enfermo, termina muriendo Carmelo. Los vecinos, alertados, intentan matar
al agresor, pero escapa, y conoce a Meche, que lo ayuda, ignorando que es el
asesino de su padre. El Bruto pronto asimismo se enreda con Paloma, intenso
adulterio se consuma, que complica todo cuando la mujer se entera del romance
del Bruto con Meche, contándole sin dudar que él es el culpable de la muerte de
su padre. Paloma, asimismo, miente a Andrés, acusando al Bruto de abusarla,
exigiéndole que liquide a su obrero, pero al encararlo, es finalmente el Bruto
quien termina por matarlo. En el final, el Bruto ha conseguido que la vecindad
de Meche no sea desalojada, pero tendrá trágico final.
Buñuel evidencia ya la
experiencia que ha adquirido en México con sus rodajes, cineasta que probó su
versatilidad, su economía, y su rigurosidad, y apreciamos el inicio
característico buñueliano, la cámara
mostrando un primer plano de un detalle, para luego retroceder y
mostrarnos la imagen más amplia; en este caso, primero se aprecia el plano de Meche
con el gotero dándole medicinas a su enfermo padre, luego su humilde vivienda
en la vecindad, propiedad de Andrés. Posteriormente,
como siempre hacen los mejores cineastas, esto es, narrar sin palabras, nos
presenta a una de las claves del filme, a Paloma, que se mira en el espejo, que
come unas uvas, las masca sensualmente mientas observa su reflejo, muestra los
dientes, como la fiera que demuestra ser; en unos cuantos instantes ya sabemos
que se trata de una mujer carnal, y sin pronunciarse un solo monosílabo. De
símil modo, simbólicamente se presenta al Bruto, él trabaja en una carnicería,
un matadero, acorde a la brutalidad de su personalidad, cargando enormes
carnes, cadáveres animales abiertos por la mitad, delineando así bien al personaje,
como se hizo con Paloma, si bien el inicial ejemplo fue más ejemplar. El
desenvolvimiento de la cámara nos evidencia asimismo la madurez en el oficio de
director que Buñuel ha adquirido, una movilidad de la cámara que hace a su
filme muy cinematográfico, con sutiles travellings, acercamientos y
alejamientos que nos cambian más de una vez la perspectiva, y la separan de
otros ejercicios que pueden haber tenido un tratamiento más plano, cercano al
teatro, como, sin ir más lejos, es el caso de la cinta inmediatamente anterior,
la citada Una mujer sin amor.
Técnicamente, pues, es una obra muy bien realizada, tanto por el manejo de la
cámara y su soltura, pero además por la bella fotografía, con esos poderosos planos
oscuros que se irán repitiendo, una sobria fotografía que embellece siempre un
filme. Y no es accidente eso, las lóbregas locaciones, oscuras imágenes que fluyen
siempre con el Bruto como protagonista, que se complementan, como
exteriorizando la personalidad del férreo sujeto, reiteradamente fluirán esas
oscuras imágenes, muy notablemente fotografiadas. Siempre él en la oscuridad,
siempre el Bruto desplazándose por umbrosos ambientes, ya sea su inicial casa,
ya sea las locaciones que Andrés le facilita, la oscuridad lo sigue siempre, pero
no nos confundamos, pues aquí nace otro de los factores que hacen a esta cinta
tan notable y apreciada por cierto sector de la crítica.
Y es que nuestro protagonista
evoluciona, su personaje, El Bruto, se hace complejo, y así en la cinta, que
erróneamente se catalogaría como un drama de tantos otros, se nos hace compleja
la labor de juzgarlo, de declararlo villano, de verlo despreciable y
condenable. Empatizamos con el supuesto vilano, que se enamora, que se viste
bien, que se humaniza ante nosotros al saber que su duro corazón alberga
sentimientos cálidos, tiernos, quiere cambiar por ella, quiere salir de ese
mundo que lo termina devorando; se rompe pues la rigidez de lo que sería un
melodrama con todas sus letras, tenemos a un personaje complejo en el bruto de
mucha fuerza pero de escasa inteligencia, ese contrasta hace al personaje
atractivo, y verlo en el final acercándose a la frágil Meche, después de haber
liquidado a dos personas, sabiéndose que es responsable de la muerte de su
padre, resulta casi ridículo, pero tierno, le dice volveré por ti, porque te
quiero mucho, una desesperante situación que roza lo patético. En ese
sentido, la cinta es innegablemente una película dramática, es un drama, por
mucho que Buñuel lamente el resultado final y asevere que esa no era su
intención al comenzar el rodaje, y probablemente los cambios impuestos a los
que referencia el cineasta tuvieron algo que ver con ese final producto. La
cinta, por cierto, nació de una idea de Alcoriza, con el núcleo de la historia,
los inquilinos que se enfrentan al casero, a su vez amedrentados por un tipo
muy rudo; uno de los aportes del cineasta, que inicialmente no estaba en los
planes, es el elemento del padre del dueño, Andrés, un viejo ocurrente, que
algún dispara origina, repitiendo constantemente “puñales”. Otro reconocible
detalle buñueliano es el tratamiento a las secuencias amorosas, siempre enemigo
de mostrar besos el cineasta, ahora, así como en Gran Casino (1948), era Jorge Negrete moviendo el palo en el
petróleo, vemos la carne que se cocina, se quema, consumiéndose, obvio y muy
poderoso y elocuente guiño al idilio carnal que a su vez se está cocinando. Katy dice al Bruto que deje
la carne, que deje que la carne se queme… Como se dijo, en esta cinta Buñuel
regresa a varios de sus tópicos de toda la vida, empezando claro por el tema
sexual, la carne, la lujuria, en la figura obviamente de Paloma, mujer carnal,
intensa, fogosa y temible como una fiera, nuevamente veremos los juegos de
miradas, miradas llenas de libídine.







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