domingo, 19 de junio de 2016

El pequeño Lord Fauntleroy (1921) - Alfred E. Green, Jack Pickford

En los albores de la década de los veinte del siglo XX del milenio pasado, el cine mudo sencillamente lo único que existía en el firmamento cinematográfico, el sonido era algo aún inédito, las estrellas brillaban por sus registros interpretativos, sin hablar. La estrella femenina por antonomasia de entonces era Mary Pickford, adorada por el público, la actriz mejor pagada del momento y fundadora, junto a otras estrellas, de la United Artists; era pues la estrella más rutilante, estelarizaba sus filmes sin mayor problema. Pero incluso para tan descollante figura, lo que se daría en esta cinta fue notable. La cinta, que es una adaptación de la novela de Frances Hodgson Burnett, nos  presenta la historia de un niño, aparente bastardo, que vive con su madre en un barrio norteamericano; un día, sin más, se entera que tiene buen abolengo, y que es heredero de título y fortuna de un conde inglés, por lo que su vida dará un vuelco increíble, pero también le hará enfrentar inesperadas dificultades y pruebas. Se da la circunstancia de que la legendaria Pickford sería elegida protagonista, pero por partida doble, y la veremos así encarnando al infante heredero de nobleza, y a su madre a la vez, ambos papeles recaerían en la fémina, cuyo hermano por cierto es uno de los dos directores de la cinta, pero no el más o importante definitivamente. Típica cinta norteamericana de la época, cuyo mayor aliciente es pues tener como protagonista, doblemente, a la gran Mary.

              


En un barrio y tiempo determinados en Nueva York, vemos a unos niños pelear, uno de ellos es Cedric Errol, que vive con su madre (ambos, la Pickford). El pendenciero chico y su madre, “dearest” (querida), viven tranquilamente, los amigos del niño son el Sr. Hobbs (James A. Marcus), la Sra. McGinty (Kate Price), y Dick (Fred Malatesta), miembros de la comunidad. Por su parte, en Inglaterra vive el Conde de Dorincourt (Claude Gillingwater), cuyo hijo mayor muere en un accidente a caballo, y a quien su mayordomo Havisham (Joseph J. Dowling), le indica que su nuevo heredero, es un hijo no reconocido, vive en América. No es otro que Cedric, Havisham  informa a la madre y al niño las novedades, ambos al comienza dudan con semejante revelación, pero ambos viajan a Inglaterra, se despide Cedric de sus amigos. Cedric, el nuevo pequeño Lord Fauntleroy, se aloja en el enorme castillo del Conde, pero  “dearest”, despreciada por el viejo noble, es relegada a una cabaña del castillo. El pequeño Lord conoce a su abuelo, se llevan bien fácilmente, incluso es presentando oficialmente como su nieto y legal heredero de título y fortuna, aunque Dearest sigue siendo relegada. Las cosas se complicarán mucho cuando aparezca una mujer reclamando y asegurando que es madre del verdadero heredero, el destino de Cedric peligra, pero tanto él como sus viejos amigos lucharán por su futuro y felicidad.









Las escenas de ambos personajes juntos sin duda son algo que llama la atención en el filme, considerando el año en que este recurso técnico fue conseguido, podríamos considerarlo una proeza, pues en efecto los vemos prácticamente interactuar, como su fueran dos personas distintas. No será un resultado extraordinario ni inmortal o imperecedero el conseguido en el citado apartado, secuencias en que ambos personajes interactúen, pero reitero, para el año de su producción, lo obtenido con esa habilidad técnica es digerible y apreciable. No faltará alguna voz que atice o cuestione sobre la verdadera necesidad u obligación de recurrir a esa técnica, a ese recurso casi forzoso simplemente para que Mary Pickford encarne ambos roles, que señale que hubiese sido preferible utilizar a un niño real, o dejarle solo el rol materno; opiniones respecto a tan singular hecho habrán muchas. Pero lo cierto es que la actriz canadiense encarna ambos papeles, y lo cierto asimismo o es que lo hace bastante aceptablemente, si bien en efecto no considero esta su interpretación más brillante, definitivamente la Pickford no rehúye a reto tan singular. A sus entonces 29 años, Mary realiza el que tengo entendido es su primer papel adulto, y aunque sea secundario, la estrella femenina demuestra estar a la altura de su leyenda, fundadora de la United Artists, trabajó junto a las más grandes estrellas del cine mudo norteamericano. Como veríamos un año después en Tess en el país de las tempestades (1922) de John S. Robertson, el filme se vuelve un completo lucimiento de su protagonista absoluta, la Pickford; en cualquier otro caso hubiese resultado impensable que una mujer recibiera semejante carga y responsabilidad actoral en tan reiteradas ocasiones, pero en el caso de Mary, era simplemente algo natural. Es tan divertido como notable que se aproveche lo diminuto de su tamaño, la menuda actriz quizá sin querer se beneficia de su reducida estatura, y pasa casi por verídico, en cuanto a talla, que se trate de un infante, en vez de una mujer que casi alcanza las tres décadas de vida; delirante que incluso se cree la secuencia, sin que se vea absurda, del pequeño Lord, la Pickford, peleando con otro infante.








Su personaje del niño es delineado pronto, un infante que no tiene menor problema en trenzarse a golpes, un niño sencillo, pero no falto de coraje. De otro lado, queda en la retina la imagen del orgulloso y envejecido patriarca, el Conde, que en el primer encuentro que tiene con su nuevo heredero, increíblemente, esnifa, lo vemos esnifando lo que no puede ser otra cosa más que cocaína, por inverosímil que esto pueda sonar; incluso, cuando el pequeño Lord quiera imitar a su abuelo, lo vemos realizando la misma actividad, e igual de inverosímilmente, vemos al infante estornudar. Sin duda detalles bastante curiosos, por decirlo de una manera, que ponen un toque extravagante y muy curioso en el filme. Ahora bien, definitivamente la historia no se siente como formidable o extraordinario relato, por momentos, en los momentos más álgidos del drama, se sienten esos eventos un tanto forzados, como una seguidilla de eventos increíbles, revelaciones inverosímiles, pero que al fluir una tras otra, se sienten más bien livianos. Así, en un instante el buen Cedric pasa de ser humilde, a pudiente heredero de un Conde; al otro pierde el título nobiliario ante otro infante, para finalmente recuperar su linaje y herencia. Quizás un tanto forzada se siente la retahíla de eventos casi epifánicos, ciertamente no tiene demasiada fuerza dramática la forma en que se presentan los hechos, el filme peca de algo facilista, como ver al rechoncho esposo de la mujer que clama ser madre del verdadero heredero, apareciendo en la misma sala del Conde, y delante de éste decirle a su mujer que la ha estado buscando, desenmascarándola por completo. Igualmente, comparado a otros roles de la gran Pickford, no es máxima la exigencia dramática del papel protagónico infantil, pero considerando el contexto, y el tiempo en que se trataban estas historias, deben haber sido recibidas a buen grado. Las cintas norteamericanas entonces eran muchas veces producidas en gran cantidad, casi en masa, pero cantidad no es sinónimo de calidad, y sin ser la cinta mediocre, se aprecia en su narrativa cierta austeridad, escasez de variedad en sus recursos narrativos visuales, en la forma de una cámara casi siempre estática.





Ausencia de travellings, o siquiera de un atisbo de dinamismo en la cámara, en prácticamente toda la película se aprecian planos fijos, tomas estáticas, una narrativa bastante economizada, que desemboca en un filme técnicamente no muy atractivo, con la salvedad del recurso que consigue unir a la Pickford y su participación por duplicado. Ese era el cine norteamericano entonces, poco arte, arte genuino, el cine se industrializaba y era una fuente de entretenimiento, de decente entretenimiento, más no un arte propiamente; al parecer la fórmula de adaptar novelas literarias del agrado del público era una costumbre bastante esparcida en Hollywood, como el presente filme. Todo aterrizaría en la involución y decadencia del cine yanqui actual, pero en ese entonces, el cine era un entretenimiento digno y nada despreciable, por más que distase mucho del verdadero cine arte que se producía, por ejemplo, en Alemania, con el expresionismo, entre otros países. La cinta, reflejando el libro originario de Frances Hodgson Burnett, desliza a su vez una muestra de la rivalidad o enemistad yanqui con Inglaterra, el recelo que existió en cierto momento y que hasta cierto sigue existiendo entre ambas naciones, pero que ese final conciliador y sencillo, acorde a la cinta, se encarga de sublimar. El largometraje, por cierto, tiene en sus créditos a dos realizadores, en orden de relevancia, tenemos a Alfred E. Green, uno de los más prolíficos cineastas yanquis de entonces, que empezó su andadura artística como actor, pero que terminaría dirigiendo más de una centena de ejercicios, un verdadero talento prolífico, aunque no considerado entre los titanes; del otro lado, el hermano de Mary, Jack Pickford, hombre cuyo mayor mérito en el cine fue ser hermano de su hermana, que incansablemente procuraba ayudarlo en Hollywood, pero muy probablemente su aporte en este filme, uno de los dos que supuestamente dirigió, fue poco más que testimonial. El filme no se acerca en ningún momento a las grandes obras maestras del cine mudo, contemporáneas a él, pero, con la participación por partida doble de la mítica Mary Pickford, se configura un filme apreciable, e imprescindible definitivamente para los fanáticos de una de las grandes musas del cine silente.





3 comentarios:

  1. Por principio, me desagrada la interpretación inversa (hombre haciendo de mujer, mujer haciendo de hombre). En el caso de hombre haciendo de mujer, la mayoría de veces lleva a la hilaridad y al teatro de comedia, en muchos casos ausentes de gracia y sano humor. En el caso de mujeres haciendo de hombres, suelen resultar papeles cargados de "marimachismo".
    En el caso de esta película, vine de rebote al haber visto las versiones de 1936 y 1980, ambas distintas y protagonizadas por auténticos niños. No me meto con la valía de Mary Pickford ni a su condición de actriz ni mujer. Pero no da la talla, o la da equivocada, en su interpretación del pequeño Lord. Desde el primer momento, no da el pego de niño. Sus facciones, sus gestos desmesurados (y para un niño ridículos), su fingida ingenuidad de niño. No es así un niño. El niño no tiene tantas "equivocaciones" de gestos y posturas. Es mucho más natural. La Mary intenta dar un toque de niñez e ingenuidad a su papel de niño, pero no lo logra ni logra engañar al espectador, que se siente defraudado por esa actuación. En su otro papel de madre está mas acertada y se la acepta mejor. Es una gran actriz, pero aceptar un papel de niño de nueve años a su edad de 29, fue una gran equivocación para la película. Por supuesto, esto es una opinión personal y escrita con el mayor respeto al trabajo de esta gran actriz y más a su persona.
    Por cierto, lo que "esnifa" el abuelo, no es COCAÍNA. Es el antiguo RAPÉ (Tabaco en polvo que se aspira por la nariz.Precursor del cigarrillo). Se aspiraba por la nariz y solía dar lugar a estornudos. Era la antigua forma de "fumar", muy sana y saludable para las enfermedades respiratorias, por estar elaborada de distinta forma al cigarrillo actual (ver https://www.arcuma.com/dr.cannabis/tabaco-de-esnifar-y-beneficios.html)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. También otra página sobre rapé (distinta a la anterior): https://algaida.wordpress.com/2010/12/10/el-rape-tabaco-de-aspirar/

      Eliminar
    2. Vaya, siempre se puede aprender algo nuevo. Gracias por visitar el sitio!

      Eliminar