lunes, 27 de febrero de 2017

Susana (1951) - Luis Buñuel

Cuarto filme en tierras mexicanas del descomunal cineasta aragonés Luis Buñuel, un trabajo en ciertos aspectos atípico, pero que continúa portando muchas de las principales directrices de un director que había ya asimilado la forma de hacer cine en tierras aztecas, pero que se encontraba en incertidumbre sobre los resultados de su gran obra, la un año anterior Los Olvidados, que aún no se estrenaba. Sin trabajar en esta oportunidad con los célebres esposos guionistas Alcoriza, el director plasma una historia que se basa en un relato de Manuel Reachi, sobre las inquietantes peripecias de una atractiva jovencita, de oscuro e incierto pasado, cuya severa adicción a la carnalidad le hará seducir sucesivamente a cuanto hombre se cruce en su camino, alterando poderosamente la armonía que reinaba en el hogar donde, ignorantes del pasado y de las inclinaciones de la chica, la reciben. Muchas veces catalogada como obra inferior, obra menor dentro de la filmografía del gigante director español, considero que la cinta guarda muchos aspectos positivos, a la vez que logró el cineasta impregnar a su película de un sello muy personal, volviendo a trabajar con Fernando Soler, como hiciese ya en El Gran Calavera. La actriz seleccionada para dar vida a Susana es Rosita Quintana, ciertamente una imposición, siendo ella esposa de uno de los productores. Un muy interesante trabajo del artista ibérico.

                 


La historia se inicia en una tormentosa noche, en un reformatorio, de donde logra escapar una joven, atractiva mujer que está ahí recluida. Vemos luego una familia, viven todos con calma y felicidad, el hacendado Don Guadalupe (Soler), su mujer Doña Carmen (Matilde Palou), y su hijo Alberto (Luis López Somoza). En medio de la noche, la chica fugitiva aparece, ella es Susana (Quintana), en medio de la tormenta es acogida por la familia. Al día siguiente, va conociendo a todos, a la criada, Felisa (María Gentil Arcos), desde el comienzo recelosa con la joven, y al criado principal, Jesús (Víctor Manuel Mendoza), que de inmediato centra toda su atención en la recién llegada. Pronto la muchacha empieza a despertar inquietud en todos los varones de casa, en el propio Jesús, en Don Guadalupe, pero es con el joven Alberto con quien finalmente se consuma un beso. Don Guadalupe es quien más se resiste a sus encantos, aunque su deseo por ella crece gradualmente, al punto de despedir y botar de la casa a Jesús al descubrirlo intentando forzar a Susana. Finalmente todo estalla, Don Guadalupe pierde la cabeza por Susana, la chica se rebela completamente contra Doña Carmen, la desafía, amparada en la protección del hacendado, dispuesto incluso a echar a su mujer e hijo de casa, pero aparece Jesús, que, sabedor de más de una verdad sobre Susana, pondrá fin al ya insostenible drama.









Acabada la cinta, podemos apreciar cómo Buñuel plasma su económico quehacer cinematográfico cuando de inmediato nos presente su intención: tras un inicio mostrando un cielo muy tranquilo, y relativamente despejado, se quiebra esa quietud y tranquilidad, se inicia una tormenta, hay truenos; con ese fuerte rompimiento se nos presenta a la protagonista. Habrá una doble fractura, pues la armonía familiar se ve de inmediato destrozada, destrozada por la carnal Susana, tal como ese cielo tranquilo es interrumpido por los truenos y la tormenta. Es elocuente la presentación, elocuente y contundente, pues la vemos de inicio forcejeando con las trabajadoras del reformatorio, escupiéndoles, la conducen a su celda a la fuerza, donde oscuras bestias la aguardan, un murciélago, ratas, alacranes, una enorme tarántula, oscuras criaturas de un mundo lóbrego y subterráneo. Ese es su entorno, de ese modo Susana nos es presentada, ella es puesta al nivel de esas criaturas, de submundo, de oscuridad, seres marginales, seres malvados, incluso ella misma se pone al nivel de esos animales, se compara con ellos, pide libertad a Dios, comparándose con una víbora, una comparación que ya dice bastante. Ella es un animal que se mueve entre sombras -como cuando finalmente seduce a Don Guadalupe, su mayor logro, su mayor seducción-, en medio de la umbría, ella sonríe, su rostro y su sonrisa son lo único que escapa de la oscuridad. Pero hay algo tan perturbador como atractivo en Susana, es un personaje complejo, muestra singular dualidad, reza, se encomienda a Dios, a su manera por supuesto, comparándose con la víbora y su derecho a las libertad, rogándole al Creador que la libere, casi increpando que ella ha sido creada así; ella es consciente de su ser, de sus inclinaciones, y no les teme, abraza su naturaleza, representa a la casta maldita (como Los Olvidados), que se rebelan al sistema, al orden establecido, y ella se rebela a través de su indómito deseo carnal. Igual de rápidamente comienza todo a fluir: ella, aún en lamentable estado, empapada de lluvia, embarrada, hecha un desastre, aún en esa situación, va ya despertando la libídine de los hombres, las miradas de Jesús y de Don Guadalupe ya comienzan a mostrar lujuria, recorriendo sus carnes, sus piernas, Susana es puro deseo y carnalidad. Prontamente se muestra su personalidad, ella llama madre a Doña Carmen, es un ser que sabe perfectamente lo que hace, es manipuladora, carece completamente de inocencia, es un ser dual, amoral, y Buñuel nos muestra con precisión su dual proceder.













Puro deseo, pura lujuria, pura carnalidad, uno de los tópicos de toda la vida en Buñuel, pero en esta oportunidad ese deseo se consuma, repetidas veces, sin parar, ahora veremos una suerte de continuación de Modot de La edad de oro, y una variante femenina de el Jaibo, pero en esta oportunidad no habrá alto, al menos hasta ese final tan abrupto y que no respondió a una completa voluntad de Buñuel. Buñuel finalmente consigue así darle rienda suelta a uno de sus grandes tópicos, el deseo carnal, pues si en Un perro Andaluz, o en La edad de Oro, el amor loco, el amour fou, fluye vigorosamente pero encontrando trabas en cada esquina y a cada instante, ya no hay quien reprima ese deseo, que ahora se consuma completamente, en la figura de ella, todo ese deseo llega a su máxima expresión, puede ser todo lo que es. Ella es todo, es el centro, es el motor de todas las acciones, manipulando a todos, hombres y mujeres, y manejando a los hombres como marionetas, es un demonio que lo controla todo, como Felisa afirmaba, acorde a su presentación, con su rostro trasluciendo por la ventana en medio de la lóbrega y tormentosa noche. Ella trastorna profundamente todo y a todos, ella logra que el estudioso y conservador hijo se rebele al padre, hasta levantarle la mano; logra que el criado casi se rebele al patrón, ella hace que todo varón la desee poseer, y que nadie más lo haga, así vemos al caporal prohibiéndola a los peones, y al patrón a su vez prohibiéndola al caporal y a su hijo; pero el mayor triunfo de Susana es que la religiosa y conservadora madre se deje llevar por la furia y los celos, con esa deliciosa secuencia de Doña Carmen finalmente azotando a Susana, con inquietante sonrisa de placer flagela a la lujuriosa que alguna vez acogió como hija, en su propia casa. Todo se vuelve un hervidero a punto de explotar, como eventualmente sucede, repleto de tensión, la aguda tensión finalmente explotará. El final sin embargo es algo que Buñuel no quiso de ese modo al cien por ciento, tema obligado en las entrevistas sobre este filme, pues la obligada censura finalmente llega, la represión, Susana es sorpresivamente atrapada de nuevo, y la calma volverá al hogar. Ese final es tan milagroso y violento que el cambio a raíz de la salida de ella se traduce en contundentes consecuencias, cantan las aves, hay luz, hay vida, la yegua enferma se rehabilita, y hasta consigue parir un potrillo, el simbolismo es pleno, nueva vida surge después del infierno vivido; el diablo, como decía Felisa, ha salido de sus vidas. “Lamento no haber subrayado la caricatura en el final, cuando todo termina milagrosamente bien. Un espectador no avisado puede tomarse en serio este desenlace”, nos dice Buñuel, que deja entrever la naturaleza de esa resolución.















Y ese final no es casualidad, en este filme las alegorías y simbolismos se ven reducidos, a cambio de convencionalismos, representaciones más frontales probablemente producto aún de la incertidumbre del cineasta en esas tierras, pues como se dijo, su entonces más personal trabajo, la formidable Los Olvidados, aún no se estrenaba, y la situación del director era realmente incierta. Así pues, el aragonés tuvo que adaptar un poco su estilo y su guión a las convenciones de la cinematografía mexicana, y si bien esto de corregir el guión sobre la marcha no era novedad en suelo azteca para el cineasta, influyó en las maneras, y en el final. Buñuel de ese modo, intencionadamente desvela su propio simbolismo -Susana se compara directamente a la víbora-, rompe su simbolismo convirtiéndolo en una obviedad, declarándolo directamente, esto pues Buñuel deliberadamente buscó alinearse a los cánones convencionales, hacer una cinta lineal, su surrealismo evoluciona en cierto modo, algo consecuente con su etapa mexicana. Algo vital en el cine buñueliano vienen a ser las criaturas, las bestias que en los filmes se presentan, el bestiario de Buñuel no deja de crecer con cada filme, ahora veremos a Don Guadalupe y sus amados equinos, a Alberto y sus insectos, su libélula, y Jesús, comparado de obvia manera con un gallo, el arquetipo de charro, mexicano rudo y viril, con el enorme sombrero que nunca deja. Hay un evidente bestiario sórdido, las bestias acompañantes de Susana, pero a su vez y en buena medida, Susana se convertirá en el animal deseado por cada uno, se convierte en el objeto de deseo materializado, en los insectos de Alberto, en el equino de Don Guadalupe, a quien el veterinario dice que su amor por los caballos se parece al amor por las mujeres, y así se simboliza en la yegua-Susana. Es peculiar, en una parte Don Guadalupe la ve a ella, a Susana, para a continuación besar apasionadamente a su mujer, un momento de tibio guiño surrealista, pues ve a su mujer, pero tiene a la otra en la cabeza, una figura que solía representar esa corriente. Curioso tratamiento dado a la breve secuencia en que la familia reza, oscura y repleta de sombras, en una de las representaciones visuales más atractivas dentro de la cinta, lamentablemente corta, pero para el conocedor de la obra buñueliana, digna de atención. El ritmo del filme es de los mejores que se han visto en las cintas de Buñuel, esto en parte logrado porque sus planos secuencia, santo y seña de esta etapa buñueliana, agilizan la narración, se encadena todo para dar un conciso y ágil ritmo, una mayor fluidez al relato, lo que le gustaba al cineasta, y que hace que los poco más de 80 minutos de metraje se pasen rápido y fácil. De igual modo, es muy interesante y atractivo el modo en que no solo los personajes y la historia van creciendo, sino también el lenguaje audiovisual, en la forma de la cámara, la narración visual también cambia, la cámara deja de comportarse estáticamente, para mostrar mayor desenvoltura, para casi buscar a los protagonistas, un dinamismo que se acopla perfectamente al drama y la tensión que van creciendo geométricamente. Es curioso que en esta cinta Buñuel tiene que hacer algo de lo que siempre fue enemigo, esto es, mostrar los besos en pantalla, algo que siempre eludió dentro de lo posible, pero que en esta cinta se muestran con mayor frecuencia probablemente que en ninguno otro de sus filmes. Las seducciones son parte capital de la cinta, y el cineasta finalmente muestra, aunque con cierto pudor, los diferentes besos que sucesivamente va consiguiendo Susana. Estamos ante una cinta muchas veces tildada de menor, pero dentro de esa “inferioridad”, el director ha sabido plasmar una muy personal obra, que contiene mucho de lo que un amante del cine de Luis Buñuel busca en un filme.