Cuarto filme en tierras mexicanas
del descomunal cineasta aragonés Luis Buñuel, un trabajo en ciertos aspectos
atípico, pero que continúa portando muchas de las principales directrices de un
director que había ya asimilado la forma de hacer cine en tierras aztecas, pero
que se encontraba en incertidumbre sobre los resultados de su gran obra, la un
año anterior Los Olvidados, que aún
no se estrenaba. Sin trabajar en esta oportunidad con los célebres esposos
guionistas Alcoriza, el director plasma una historia que se basa en un relato
de Manuel Reachi, sobre las inquietantes peripecias de una atractiva jovencita,
de oscuro e incierto pasado, cuya severa adicción a la carnalidad le hará
seducir sucesivamente a cuanto hombre se cruce en su camino, alterando
poderosamente la armonía que reinaba en el hogar donde, ignorantes del pasado y
de las inclinaciones de la chica, la reciben. Muchas veces catalogada como obra
inferior, obra menor dentro de la filmografía del gigante director español,
considero que la cinta guarda muchos aspectos positivos, a la vez que logró el
cineasta impregnar a su película de un sello muy personal, volviendo a trabajar
con Fernando Soler, como hiciese ya en El
Gran Calavera. La actriz seleccionada para dar vida a Susana es Rosita
Quintana, ciertamente una imposición, siendo ella esposa de uno de los
productores. Un muy interesante trabajo del artista ibérico.
La historia se inicia en una
tormentosa noche, en un reformatorio, de donde logra escapar una joven, atractiva
mujer que está ahí recluida. Vemos luego una familia, viven todos con calma y
felicidad, el hacendado Don Guadalupe (Soler), su mujer Doña Carmen (Matilde
Palou), y su hijo Alberto (Luis López Somoza). En medio de la noche, la chica
fugitiva aparece, ella es Susana (Quintana), en medio de la tormenta es acogida
por la familia. Al día siguiente, va conociendo a todos, a la criada, Felisa (María
Gentil Arcos), desde el comienzo recelosa con la joven, y al criado principal,
Jesús (Víctor Manuel Mendoza), que de inmediato centra toda su atención en la
recién llegada. Pronto la muchacha empieza a despertar inquietud en todos los
varones de casa, en el propio Jesús, en Don Guadalupe, pero es con el joven
Alberto con quien finalmente se consuma un beso. Don Guadalupe es quien más se
resiste a sus encantos, aunque su deseo por ella crece gradualmente, al punto
de despedir y botar de la casa a Jesús al descubrirlo intentando forzar a
Susana. Finalmente todo estalla, Don Guadalupe pierde la cabeza por Susana, la chica
se rebela completamente contra Doña Carmen, la desafía, amparada en la
protección del hacendado, dispuesto incluso a echar a su mujer e hijo de casa,
pero aparece Jesús, que, sabedor de más de una verdad sobre Susana, pondrá fin
al ya insostenible drama.
Acabada la cinta, podemos
apreciar cómo Buñuel plasma su económico quehacer cinematográfico cuando de
inmediato nos presente su intención: tras un inicio mostrando un cielo muy
tranquilo, y relativamente despejado, se quiebra esa quietud y tranquilidad, se
inicia una tormenta, hay truenos; con ese fuerte rompimiento se nos presenta a
la protagonista. Habrá una doble fractura, pues la armonía familiar se ve de
inmediato destrozada, destrozada por la carnal Susana, tal como ese cielo
tranquilo es interrumpido por los truenos y la tormenta. Es elocuente la
presentación, elocuente y contundente, pues la vemos de inicio forcejeando con
las trabajadoras del reformatorio, escupiéndoles, la conducen a su celda a la
fuerza, donde oscuras bestias la aguardan, un murciélago, ratas, alacranes, una
enorme tarántula, oscuras criaturas de un mundo lóbrego y subterráneo. Ese es
su entorno, de ese modo Susana nos es presentada, ella es puesta al nivel de
esas criaturas, de submundo, de oscuridad, seres marginales, seres malvados,
incluso ella misma se pone al nivel de esos animales, se compara con ellos,
pide libertad a Dios, comparándose con una víbora, una comparación que ya dice
bastante. Ella es un animal que se mueve entre sombras -como cuando finalmente
seduce a Don Guadalupe, su mayor logro, su mayor seducción-, en medio de la umbría,
ella sonríe, su rostro y su sonrisa son lo único que escapa de la oscuridad. Pero
hay algo tan perturbador como atractivo en Susana, es un personaje complejo,
muestra singular dualidad, reza, se encomienda a Dios, a su manera por
supuesto, comparándose con la víbora y su derecho a las libertad, rogándole al
Creador que la libere, casi increpando que ella ha sido creada así; ella es
consciente de su ser, de sus inclinaciones, y no les teme, abraza su
naturaleza, representa a la casta maldita (como Los Olvidados), que se rebelan al sistema, al orden establecido, y
ella se rebela a través de su indómito deseo carnal. Igual de rápidamente
comienza todo a fluir: ella, aún en lamentable estado, empapada de lluvia,
embarrada, hecha un desastre, aún en esa situación, va ya despertando la
libídine de los hombres, las miradas de Jesús y de Don Guadalupe ya comienzan a
mostrar lujuria, recorriendo sus carnes, sus piernas, Susana es puro deseo y
carnalidad. Prontamente se muestra su personalidad, ella llama madre a Doña
Carmen, es un ser que sabe perfectamente lo que hace, es manipuladora, carece
completamente de inocencia, es un ser dual, amoral, y Buñuel nos muestra con
precisión su dual proceder.
Puro deseo, pura lujuria, pura
carnalidad, uno de los tópicos de toda la vida en Buñuel, pero en esta
oportunidad ese deseo se consuma, repetidas veces, sin parar, ahora veremos una
suerte de continuación de Modot de La
edad de oro, y una variante femenina de el Jaibo, pero en esta oportunidad
no habrá alto, al menos hasta ese final tan abrupto y que no respondió a una
completa voluntad de Buñuel. Buñuel finalmente consigue así darle rienda suelta
a uno de sus grandes tópicos, el deseo carnal, pues si en Un perro Andaluz, o en La
edad de Oro, el amor loco, el amour
fou, fluye vigorosamente pero encontrando trabas en cada esquina y a cada
instante, ya no hay quien reprima ese deseo, que ahora se consuma
completamente, en la figura de ella, todo ese deseo llega a su máxima
expresión, puede ser todo lo que es. Ella es todo, es el centro, es el motor de
todas las acciones, manipulando a todos, hombres y mujeres, y manejando a los
hombres como marionetas, es un demonio que lo controla todo, como Felisa
afirmaba, acorde a su presentación, con su rostro trasluciendo por la ventana en
medio de la lóbrega y tormentosa noche. Ella trastorna profundamente todo y a
todos, ella logra que el estudioso y conservador hijo se rebele al padre, hasta
levantarle la mano; logra que el criado casi se rebele al patrón, ella hace que
todo varón la desee poseer, y que nadie más lo haga, así vemos al caporal
prohibiéndola a los peones, y al patrón a su vez prohibiéndola al caporal y a
su hijo; pero el mayor triunfo de
Susana es que la religiosa y conservadora madre se deje llevar por la furia y
los celos, con esa deliciosa secuencia de Doña Carmen finalmente azotando a
Susana, con inquietante sonrisa de placer flagela a la lujuriosa que alguna vez
acogió como hija, en su propia casa. Todo se vuelve un hervidero a punto de
explotar, como eventualmente sucede, repleto de tensión, la aguda tensión
finalmente explotará. El final sin embargo es algo que Buñuel no quiso de ese
modo al cien por ciento, tema obligado en las entrevistas sobre este filme,
pues la obligada censura finalmente llega, la represión, Susana es
sorpresivamente atrapada de nuevo, y la calma volverá al hogar. Ese final es
tan milagroso y violento que el cambio a raíz de la salida de ella se traduce
en contundentes consecuencias, cantan las aves, hay luz, hay vida, la yegua
enferma se rehabilita, y hasta consigue parir un potrillo, el simbolismo es
pleno, nueva vida surge después del infierno vivido; el diablo, como decía
Felisa, ha salido de sus vidas. “Lamento no haber subrayado la caricatura en el
final, cuando todo termina milagrosamente bien. Un espectador no avisado puede
tomarse en serio este desenlace”, nos dice Buñuel, que deja entrever la
naturaleza de esa resolución.
Y ese final no es casualidad, en
este filme las alegorías y simbolismos se ven reducidos, a cambio de
convencionalismos, representaciones más frontales probablemente producto aún de
la incertidumbre del cineasta en esas tierras, pues como se dijo, su entonces
más personal trabajo, la formidable Los
Olvidados, aún no se estrenaba, y la situación del director era realmente
incierta. Así pues, el aragonés tuvo que adaptar un poco su estilo y su guión a
las convenciones de la cinematografía mexicana, y si bien esto de corregir el
guión sobre la marcha no era novedad en suelo azteca para el cineasta, influyó
en las maneras, y en el final. Buñuel de ese modo, intencionadamente desvela su
propio simbolismo -Susana se compara directamente a la víbora-, rompe su
simbolismo convirtiéndolo en una obviedad, declarándolo directamente, esto pues Buñuel deliberadamente
buscó alinearse a los cánones convencionales, hacer una cinta lineal, su
surrealismo evoluciona en cierto modo, algo consecuente con su etapa mexicana. Algo
vital en el cine buñueliano vienen a ser las criaturas, las bestias que en los
filmes se presentan, el bestiario de Buñuel no deja de crecer con cada filme,
ahora veremos a Don Guadalupe y sus amados equinos, a Alberto y sus insectos,
su libélula, y Jesús, comparado de obvia manera con un gallo, el arquetipo de
charro, mexicano rudo y viril, con el enorme sombrero que nunca deja. Hay un
evidente bestiario sórdido, las bestias acompañantes de Susana, pero a su vez y
en buena medida, Susana se convertirá en el animal deseado por cada uno, se
convierte en el objeto de deseo materializado, en los insectos de Alberto, en el
equino de Don Guadalupe, a quien el veterinario dice que su amor por los
caballos se parece al amor por las mujeres, y así se simboliza en la
yegua-Susana. Es peculiar, en una parte Don Guadalupe la ve a ella, a Susana,
para a continuación besar apasionadamente a su mujer, un momento de tibio guiño
surrealista, pues ve a su mujer, pero tiene a la otra en la cabeza, una figura
que solía representar esa corriente. Curioso tratamiento dado a la breve secuencia
en que la familia reza, oscura y repleta de sombras, en una de las
representaciones visuales más atractivas dentro de la cinta, lamentablemente
corta, pero para el conocedor de la obra buñueliana, digna de atención. El
ritmo del filme es de los mejores que se han visto en las cintas de Buñuel,
esto en parte logrado porque sus planos secuencia, santo y seña de esta etapa
buñueliana, agilizan la narración, se encadena todo para dar un conciso y ágil
ritmo, una mayor fluidez al relato, lo que le gustaba al cineasta, y que hace
que los poco más de 80 minutos de metraje se pasen rápido y fácil. De igual
modo, es muy interesante y atractivo el modo en que no solo los personajes y la
historia van creciendo, sino también el lenguaje audiovisual, en la forma de la
cámara, la narración visual también cambia, la cámara deja de comportarse
estáticamente, para mostrar mayor desenvoltura, para casi buscar a los
protagonistas, un dinamismo que se acopla perfectamente al drama y la tensión
que van creciendo geométricamente. Es curioso que en esta cinta Buñuel tiene
que hacer algo de lo que siempre fue enemigo, esto es, mostrar los besos en
pantalla, algo que siempre eludió dentro de lo posible, pero que en esta cinta
se muestran con mayor frecuencia probablemente que en ninguno otro de sus
filmes. Las seducciones son parte capital de la cinta, y el cineasta finalmente
muestra, aunque con cierto pudor, los diferentes besos que sucesivamente va consiguiendo
Susana. Estamos ante una cinta muchas veces tildada de menor, pero dentro de
esa “inferioridad”, el director ha sabido plasmar una muy personal obra, que
contiene mucho de lo que un amante del cine de Luis Buñuel busca en un filme.