Uno de los grandes triunfos de
Buñuel, una de sus grandes cumbres como cineasta, filme declarado patrimonio
universal de la humanidad por la UNESCO, y sin duda una de las más importantes
películas de toda la historia cinematográfica mexicana. Luis Buñuel finalmente
se dio el gran triunfo, aplastante éxito tanto entre público como con crítica, cinta que venció una inicial censura, para finalmente consolidarse el director con categoría mundial, y estacionarse para siempre entre los más selectos y
versátiles cineastas. Tras los dispares resultados de sus dos filmes
anteriores, Gran Casino (1947) y El gran Calavera (1949), finalmente el
director aragonés tuvo su gran revancha, con un filme en cuya materialización
estaba genuinamente interesado, artísticamente estimulado. Buñuel narra sin
tapujos y con crudísimo realismo una historia real, la historia de la pobreza y
miseria, el mundo marginal de la juventud de México, país en el que se había
exiliado tras unos periplos en Hollywood. Nos presenta el cineasta las vivencias
de un grupo de niños mexicanos, los olvidados, ellos viven en un barrio pobre,
Bruno y sus amigos, no hay dinero ni trabajo, se dedican a robar, hasta que llega
el Jaibo, un chico mayor recién escapado de una correccional, y que, con
muertes de por medio, transformará ese pequeño mundo. Uno de los filmes
imprescindibles del cineasta, una descomunal obra que trasciende ser una mera
película.
La historia comienza con un
prólogo, vemos grandes ciudades europeas, no libres de pobreza y delincuencia,
luego nos sitúa en la moderna ciudad de México. Un grupo de chicos, unos niños
y otros algo mayores, se encuentran jugando en la calle; entre ellos está Pedro
(Alfonso Mejía). Rápidamente aparece el Jaibo (Roberto Cobo), recién escapado
de una correccional, admirado por toda la pandilla. Comandados por el Jaibo,
todos intentan robar a un ciego, Don Carmelo (Miguel Inclán), y al fracasar, le dan una
golpiza. Pedro va luego a su casa, donde su madre (Estela Inda) lo desprecia,
le niega el alimento debido a que es un vago. Aparecen otros niños, como el
Ojitos (Mário Ramírez), y luego el Jaibo se venga de Julián (Javier Amézcua),
joven por el que supuestamente fue a la correccional, y lo mata en presencia de
Pedro. Ojitos, que se hace lazarillo de Don Carmelo, vive con Meche (Alma Delia
Fuentes), mientras el Jaibo siempre está alrededor, comandando a todos como
cuando golpean a un lisiado. Algunos van sospechando que Jaibo mató a Julián,
Pedro se va asustando, consigue algún trabajo, sigue siempre rechazado por su
madre, y el Jaibo, al irlo a buscar a su casa, termina seduciendo a la madre de
Pedro. A raíz de un robo que en realidad hizo el Jaibo, Pedro es enviado a una
escuela granja, de la que escapa, enfurecido con el Jaibo, se desata una pelea,
que tendrá fatales consecuencias para todos.
Iniciando el análisis de la cinta, los créditos nos son presentados
con una tensa y dramática música, pero a su vez con un poderoso claroscuro
urbano, una construcción añeja, derruida, que sirve de gran prolegómeno para lo
que vamos a presenciar, además de que se nos advierte de que es un filme basado
en hechos reales, con personajes verídicos. El prólogo nos adentra bien en lo
que veremos, se presentan los mayores íconos de las grandes metrópolis
mundiales, vemos las torres gemelas, la Torre Eiffel, el Big Ben, Estados
Unidos, Francia e Inglaterra, núcleos del mundo, no exentos de delincuencia, y
se pone a México a la misma altura de esas metrópolis. La cinta retrata la
severa precariedad y miseria en barrios mexicanos, acusa a las autoridades de dejadez
hacia ese grave problema, que se plasma en las peripecias de los jóvenes,
violencia y delincuencia, mostradas y entremezcladas sin embargo con la
inocencia de su edad, disímil dualidad; vemos al Ojitos tomando leche
directamente de la ubre de una vaca, vemos asimismo los robos en que
participan, sus miserias, pero, jamás desprendiéndose de la infancia, de su
condición infantil. Como dijera el gran Bazin, es un mundo en el que la
atrocidad se ve sublimada, la delincuencia y los brutales impulsos violentos,
esa “tierna maldad”, se ven sublimados por la inocencia del lúdico mundo
infantil, como, sólo por dar un ejemplo, se nos muestra el tratamiento a la
secuencia de la golpiza al hombre sin piernas, el hombre tronco. Es ejemplar
esa secuencia con una música ciertamente lúdica, infantil, como para que no
olvidemos que después de todo, pese a lo ruin de su acción, se trata de niños,
se contrasta lo retratado, Buñuel no juzga lo que retrata, simplemente lo plasma,
deja al espectador la labor -si se desea- de juzgar, y se libera su visión de
prejuicios. Ese submundo es rápidamente retratado, una maldad infantil, la
golpiza al ciego, y la miseria, la madre negando alimento a su hijo, un mundo
marginal. Ese mundo se ve enmarcado por grandes edificios inacabados, como
perenne y bizarra presencia, como amenazantes y gigantes esqueletos, encuadran mucho de la
acción, eventos donde impera la violencia, como la golpiza a Don Carmelo, pero
principalmente el asesinato de Julián.
Desde las secuencias iniciales
apreciamos que Buñuel está ya curtido, tanto como cineasta en general, como en
el cine mexicano en particular; su narrativa visual exhibe travellings,
dinamismo en su montaje, un lenguaje ya cimentado. La poderosa fotografía del
maestro Gabriel Figueroa nos impacta con intensos contrastes lumínicos, algo
característico de esta etapa del director, y especialmente algunas imágenes
nocturnas descollan con intensos claroscuros. Por otra parte, un recurso
técnico extraordinario es el de Pedro arrojando el huevo contra la cámara,
contra nosotros, contra la sociedad que lo tiene atrapado en esa desesperante
situación, un personaje interactúa casi con nosotros, evidenciando la directriz
atizadora del filme. Es extraordinario que Buñuel, aún en cintas en apariencia
realistas y convencionales, jamás pierde su surrealismo, su cota onírica, sus
imágenes características, empezando por la gallina, que aparecerá en momentos
sensiblemente importantes, siendo el primero el momento después de la golpiza
al ciego. Definitivamente la secuencia del sueño de Pedro está entre lo más
atractivo del filme, lo más fascinante, Buñuel vuelve a sus raíces, al
onirismo, a lo surreal, se siente al cineasta con pista libre, retratando lo
que se siente genuinamente como un sueño, un terreno bastante familiar,
indivisible de Buñuel durante toda su vida como cineasta. El amplio espectro de
recursos técnicos del aragonés entonces asoma nuevamente, superposiciones de
planos, un desdoblamiento de Pedro, una solemne representación mariana de la
madre del niño, o la poderosamente perenne presencia de la gallina, las plumas
que caen sobre un sórdidamente sonriente y ensangrentado rostro de Julián; es
en efecto algo onírico, Buñuel está como pez en el agua. En ese denso sueño se
plasma el ansiado amor de madre, algo de culpa y remordimiento en Pedro por su
participación en la muerte de Julián, es la cúspide artística del filme, lo más
buñueliano definitivamente (la secuencia de la muerte del Jaibo también está empapada de surrealismo); por cosas como esta, Buñuel añoraba dirigir una
película completamente suya, por cosas como esta, Buñuel aceptó dirigir El Gran Calavera, para prepararse para
su gran proyecto, su verdadero desafío artístico. El elemento de la gallina es
vital (la vemos sobre el cadáver de Pedro), un elemento cuya procedencia el mismo Buñuel no es capaz de aclarar del
todo, simplemente afirmando que es una imagen o presencia que le inspira cierto
respeto, que quizás sea originaria de su niñez. Siempre están presentes las
gallinas, la madre golpea a las aves, mientras Pedro grita desesperado que se
detenga; pero posteriormente, él mismo masacra unas gallinas blancas, como
desquitando y vaciando toda su furia e impotencia.
Buñuel lo hace de nuevo, continúa
plasmando otro de sus grandes tópicos, el sexo, la carne, la lujuria en la
figura de Meche, derramando la leche sobre sus piernas. Luego, claro, vemos al
Jaibo con la madre de Pedro, la lujuria y libídine de ese juego de seducción,
de miradas, cuando el joven mira a la mujer, casi vemos al personaje de Un perro Andaluz, pleno de deseo sexual,
pero en este caso, ese deseo se consuma, cuando veamos la puerta cerrarse. Los
personajes están muy bien delineados, es una de las causas de que el filme
tenga tanta potencia y realismo, y es Pedro central caracter, con su madre que parece
odiarlo, pues al parecer fue producto de una violación, nos termina de bosquejar
un personaje maldito, un desgraciado, un infeliz, un olvidado. Es la mayor
representación del patetismo de su vida, “yo quisiera portarme bien, pero no sé
cómo”, dice desesperado a su madre, resumiendo bien su condición, su caso es
desgarrador, está atrapado en un mundo del que no hay escape, no hay dinero, no
hay trabajo, lo único que abunda es la miseria y la escasez. Él desea salir de
esa espiral sin salida, de violencia, de muerte, de perdición, pero se verá impotente,
fracaso tras fracaso, ese mundo ruin termina por devorarlo. No es una cinta optimista,
como advirtió el preámbulo del filme, y deja a las fuerzas progresivas de la
sociedad el cambio, deja una ranura a los revolucionarios. La madre, por
cierto, también tiene importancia,
eterno deseo de afecto de Pedro, interesante la sugestiva representación
mariana en el sueño de Pedro, toda de blanco impoluto, luego, en la realidad,
la vemos toda vestida de negro, frontalmente opuesta, entregando a su hijo a la
correccional, severa contraposición del sueño contra la realidad. Así también, otro
de los personajes centrales, el Jaibo, es pronta y elocuentemente retratado,
cuando uno de los niños pregunte quién es el Jaibo, y la imagen inmediatamente
seguida es la del personaje, avanzando orondamente, con un ligero contrapicado,
como estableciendo su jerarquía; y es que pese a todo, es el jefe indiscutible
del grupo, tiene carisma, lidera al grupo, todos lo obedecen y temen. Son significativos
los personajes que Buñuel delinea, el director de la escuela granja afirma,
“denle algo de comida, después, ya veremos”, representa a la sociedad completa,
al Estado, que busca una salida pasajera, una salida fácil y rápida, y relega
con indiferencia el verdadero problema, es una firme acusación hacia la
sociedad, que no encara un grave problema que carcome a la juventud. Pero
también está el ciego, añorante de las épocas de Porfirio, él representa al
pueblo, un pueblo harto de la miseria, que piensa con melancolía en el pasado,
aunque sea un régimen represivo, es una postura vital que nos deja claro el
mundo que retrata Buñuel. Ese mundo se clausura con la gravísima imagen del
jumento con un muerto a cuestas, pasando junto a la madre, la imagen es
potente, igual que el ligero contrapicado, un plano general, aciago, funesto
final. El filme es parte selecta de la historia del cine, está entre lo más
alto de toda la producción fílmica mexicana, una obra maestra, Buñuel tocaba el
cielo con las manos.