martes, 31 de enero de 2017

Los Olvidados (1950) - Luis Buñuel

Uno de los grandes triunfos de Buñuel, una de sus grandes cumbres como cineasta, filme declarado patrimonio universal de la humanidad por la UNESCO, y sin duda una de las más importantes películas de toda la historia cinematográfica mexicana. Luis Buñuel finalmente se dio el gran triunfo, aplastante éxito tanto entre público como con crítica, cinta que venció una inicial censura, para finalmente consolidarse el director con categoría mundial, y estacionarse para siempre entre los más selectos y versátiles cineastas. Tras los dispares resultados de sus dos filmes anteriores, Gran Casino (1947) y El gran Calavera (1949), finalmente el director aragonés tuvo su gran revancha, con un filme en cuya materialización estaba genuinamente interesado, artísticamente estimulado. Buñuel narra sin tapujos y con crudísimo realismo una historia real, la historia de la pobreza y miseria, el mundo marginal de la juventud de México, país en el que se había exiliado tras unos periplos en Hollywood. Nos presenta el cineasta las vivencias de un grupo de niños mexicanos, los olvidados, ellos viven en un barrio pobre, Bruno y sus amigos, no hay dinero ni trabajo, se dedican a robar, hasta que llega el Jaibo, un chico mayor recién escapado de una correccional, y que, con muertes de por medio, transformará ese pequeño mundo. Uno de los filmes imprescindibles del cineasta, una descomunal obra que trasciende ser una mera película.

                    



La historia comienza con un prólogo, vemos grandes ciudades europeas, no libres de pobreza y delincuencia, luego nos sitúa en la moderna ciudad de México. Un grupo de chicos, unos niños y otros algo mayores, se encuentran jugando en la calle; entre ellos está Pedro (Alfonso Mejía). Rápidamente aparece el Jaibo (Roberto Cobo), recién escapado de una correccional, admirado por toda la pandilla. Comandados por el Jaibo, todos intentan robar a un ciego, Don Carmelo (Miguel Inclán), y al fracasar, le dan una golpiza. Pedro va luego a su casa, donde su madre (Estela Inda) lo desprecia, le niega el alimento debido a que es un vago. Aparecen otros niños, como el Ojitos (Mário Ramírez), y luego el Jaibo se venga de Julián (Javier Amézcua), joven por el que supuestamente fue a la correccional, y lo mata en presencia de Pedro. Ojitos, que se hace lazarillo de Don Carmelo, vive con Meche (Alma Delia Fuentes), mientras el Jaibo siempre está alrededor, comandando a todos como cuando golpean a un lisiado. Algunos van sospechando que Jaibo mató a Julián, Pedro se va asustando, consigue algún trabajo, sigue siempre rechazado por su madre, y el Jaibo, al irlo a buscar a su casa, termina seduciendo a la madre de Pedro. A raíz de un robo que en realidad hizo el Jaibo, Pedro es enviado a una escuela granja, de la que escapa, enfurecido con el Jaibo, se desata una pelea, que tendrá fatales consecuencias para todos.












Iniciando el análisis de la cinta, los créditos nos son presentados con una tensa y dramática música, pero a su vez con un poderoso claroscuro urbano, una construcción añeja, derruida, que sirve de gran prolegómeno para lo que vamos a presenciar, además de que se nos advierte de que es un filme basado en hechos reales, con personajes verídicos. El prólogo nos adentra bien en lo que veremos, se presentan los mayores íconos de las grandes metrópolis mundiales, vemos las torres gemelas, la Torre Eiffel, el Big Ben, Estados Unidos, Francia e Inglaterra, núcleos del mundo, no exentos de delincuencia, y se pone a México a la misma altura de esas metrópolis. La cinta retrata la severa precariedad y miseria en barrios mexicanos, acusa a las autoridades de dejadez hacia ese grave problema, que se plasma en las peripecias de los jóvenes, violencia y delincuencia, mostradas y entremezcladas sin embargo con la inocencia de su edad, disímil dualidad; vemos al Ojitos tomando leche directamente de la ubre de una vaca, vemos asimismo los robos en que participan, sus miserias, pero, jamás desprendiéndose de la infancia, de su condición infantil. Como dijera el gran Bazin, es un mundo en el que la atrocidad se ve sublimada, la delincuencia y los brutales impulsos violentos, esa “tierna maldad”, se ven sublimados por la inocencia del lúdico mundo infantil, como, sólo por dar un ejemplo, se nos muestra el tratamiento a la secuencia de la golpiza al hombre sin piernas, el hombre tronco. Es ejemplar esa secuencia con una música ciertamente lúdica, infantil, como para que no olvidemos que después de todo, pese a lo ruin de su acción, se trata de niños, se contrasta lo retratado, Buñuel no juzga lo que retrata, simplemente lo plasma, deja al espectador la labor -si se desea- de juzgar, y se libera su visión de prejuicios. Ese submundo es rápidamente retratado, una maldad infantil, la golpiza al ciego, y la miseria, la madre negando alimento a su hijo, un mundo marginal. Ese mundo se ve enmarcado por grandes edificios inacabados, como perenne y bizarra presencia, como amenazantes y gigantes esqueletos, encuadran mucho de la acción, eventos donde impera la violencia, como la golpiza a Don Carmelo, pero principalmente el asesinato de Julián.














Desde las secuencias iniciales apreciamos que Buñuel está ya curtido, tanto como cineasta en general, como en el cine mexicano en particular; su narrativa visual exhibe travellings, dinamismo en su montaje, un lenguaje ya cimentado. La poderosa fotografía del maestro Gabriel Figueroa nos impacta con intensos contrastes lumínicos, algo característico de esta etapa del director, y especialmente algunas imágenes nocturnas descollan con intensos claroscuros. Por otra parte, un recurso técnico extraordinario es el de Pedro arrojando el huevo contra la cámara, contra nosotros, contra la sociedad que lo tiene atrapado en esa desesperante situación, un personaje interactúa casi con nosotros, evidenciando la directriz atizadora del filme. Es extraordinario que Buñuel, aún en cintas en apariencia realistas y convencionales, jamás pierde su surrealismo, su cota onírica, sus imágenes características, empezando por la gallina, que aparecerá en momentos sensiblemente importantes, siendo el primero el momento después de la golpiza al ciego. Definitivamente la secuencia del sueño de Pedro está entre lo más atractivo del filme, lo más fascinante, Buñuel vuelve a sus raíces, al onirismo, a lo surreal, se siente al cineasta con pista libre, retratando lo que se siente genuinamente como un sueño, un terreno bastante familiar, indivisible de Buñuel durante toda su vida como cineasta. El amplio espectro de recursos técnicos del aragonés entonces asoma nuevamente, superposiciones de planos, un desdoblamiento de Pedro, una solemne representación mariana de la madre del niño, o la poderosamente perenne presencia de la gallina, las plumas que caen sobre un sórdidamente sonriente y ensangrentado rostro de Julián; es en efecto algo onírico, Buñuel está como pez en el agua. En ese denso sueño se plasma el ansiado amor de madre, algo de culpa y remordimiento en Pedro por su participación en la muerte de Julián, es la cúspide artística del filme, lo más buñueliano definitivamente (la secuencia de la muerte del Jaibo también está empapada de surrealismo); por cosas como esta, Buñuel añoraba dirigir una película completamente suya, por cosas como esta, Buñuel aceptó dirigir El Gran Calavera, para prepararse para su gran proyecto, su verdadero desafío artístico. El elemento de la gallina es vital (la vemos sobre el cadáver de Pedro), un elemento cuya procedencia el mismo Buñuel no es capaz de aclarar del todo, simplemente afirmando que es una imagen o presencia que le inspira cierto respeto, que quizás sea originaria de su niñez. Siempre están presentes las gallinas, la madre golpea a las aves, mientras Pedro grita desesperado que se detenga; pero posteriormente, él mismo masacra unas gallinas blancas, como desquitando y vaciando toda su furia e impotencia.













Buñuel lo hace de nuevo, continúa plasmando otro de sus grandes tópicos, el sexo, la carne, la lujuria en la figura de Meche, derramando la leche sobre sus piernas. Luego, claro, vemos al Jaibo con la madre de Pedro, la lujuria y libídine de ese juego de seducción, de miradas, cuando el joven mira a la mujer, casi vemos al personaje de Un perro Andaluz, pleno de deseo sexual, pero en este caso, ese deseo se consuma, cuando veamos la puerta cerrarse. Los personajes están muy bien delineados, es una de las causas de que el filme tenga tanta potencia y realismo, y es Pedro central caracter, con su madre que parece odiarlo, pues al parecer fue producto de una violación, nos termina de bosquejar un personaje maldito, un desgraciado, un infeliz, un olvidado. Es la mayor representación del patetismo de su vida, “yo quisiera portarme bien, pero no sé cómo”, dice desesperado a su madre, resumiendo bien su condición, su caso es desgarrador, está atrapado en un mundo del que no hay escape, no hay dinero, no hay trabajo, lo único que abunda es la miseria y la escasez. Él desea salir de esa espiral sin salida, de violencia, de muerte, de perdición, pero se verá impotente, fracaso tras fracaso, ese mundo ruin termina por devorarlo. No es una cinta optimista, como advirtió el preámbulo del filme, y deja a las fuerzas progresivas de la sociedad el cambio, deja una ranura a los revolucionarios. La madre, por cierto, también tiene importancia, eterno deseo de afecto de Pedro, interesante la sugestiva representación mariana en el sueño de Pedro, toda de blanco impoluto, luego, en la realidad, la vemos toda vestida de negro, frontalmente opuesta, entregando a su hijo a la correccional, severa contraposición del sueño contra la realidad. Así también, otro de los personajes centrales, el Jaibo, es pronta y elocuentemente retratado, cuando uno de los niños pregunte quién es el Jaibo, y la imagen inmediatamente seguida es la del personaje, avanzando orondamente, con un ligero contrapicado, como estableciendo su jerarquía; y es que pese a todo, es el jefe indiscutible del grupo, tiene carisma, lidera al grupo, todos lo obedecen y temen. Son significativos los personajes que Buñuel delinea, el director de la escuela granja afirma, “denle algo de comida, después, ya veremos”, representa a la sociedad completa, al Estado, que busca una salida pasajera, una salida fácil y rápida, y relega con indiferencia el verdadero problema, es una firme acusación hacia la sociedad, que no encara un grave problema que carcome a la juventud. Pero también está el ciego, añorante de las épocas de Porfirio, él representa al pueblo, un pueblo harto de la miseria, que piensa con melancolía en el pasado, aunque sea un régimen represivo, es una postura vital que nos deja claro el mundo que retrata Buñuel. Ese mundo se clausura con la gravísima imagen del jumento con un muerto a cuestas, pasando junto a la madre, la imagen es potente, igual que el ligero contrapicado, un plano general, aciago, funesto final. El filme es parte selecta de la historia del cine, está entre lo más alto de toda la producción fílmica mexicana, una obra maestra, Buñuel tocaba el cielo con las manos.